Tiene su morbo el beso de Rajoy a Cospedal para respaldar públicamente cómo ha gestionado el ‘caso Bárcenas’, y salvarla así, con la solemnidad que un beso televisado entraña, de morir desangrada ante su partido a causa de las feroces dentelladas del extesorero.
Ya veremos si el beso a Cospedal es como el beso de Judas, o como el del príncipe que acaricia tiernamente los labios de Blancanieves para rescatarla de un sueño venenoso. Lo que está claro es que no se parece al beso apasionado de Burt Lancaster a Deborah Kerr en ‘De aquí a la eternidad’ (el morreo de la playa), ni al del Hotel de Ville, para mí el más romántico de todos los besos conocidos. También podría ser esta carantoña de Rajoy un regate corto de los que se utilizan en el fútbol para ratificar a un entrenador en vísperas de darle la patada, aunque a mi entender se trata de un beso de mentira. Un beso impostado, interesado, como los de ‘Puro teatro’. Dejar caer a Cospedal equivaldría para Rajoy a reconocer su propio error, y reabriría heridas en un partido con antropófagos reconocibles y cosas más importantes de las que ocuparse. En situaciones de peligro, los políticos suelen reaccionar así, encerrándose en la cueva. Es el instinto tribal de supervivencia, la táctica del percebe, el ‘sostenella y no enmendalla’… A la misma hora en que Rajoy besaba a Cospedal en presencia de medio Gobierno y de los vicesecretarios del PP, Rubalcaba rechazaba la dimisión de su número tres, Óscar López, quien había tenido la inusual gallardía de asumir su responsabilidad por el «error» de Ponferrada, que es como el PSOE ha decidido llamar al disparate de apoyarse en un acosador sexual para encaramarse a la alcaldía que Nevenka Fernández hizo tristemente famosa.
A saber lo que Rajoy prepara en la cazuela donde ha echado el arrumaco. Aún no lo conocemos suficientemente en su faceta besucona, por lo que sería mucho aventurar en qué pensaba cuando posó su barba sobre la mejilla acicalada de Cospedal. Lo único seguro es que con su beso, lisonjero o no, traslada un mensaje equivocado a sus militantes, y a todos los españoles, que han visto a la secretaria general del PP titubear un día tras otro en las explicaciones que debía ofrecer, flaquear, desdecirse, e incluso responder con el silencio, hasta dar la impresión de que ella, y con ella su partido, se rendía ante Bárcenas.