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Joaquín García Cruz

Menuda política

Muy fan del SOS 4.8

El SOS 4.8 resiste incólume. Torres más altas cayeron (Manifesta, PAC, Espirelia), y otras caerán, pero el SOS de Murcia ahí está, ahí está, como la puerta de Alcalá, camino de su octava edición, formando parte ya por derecho propio de nuestro robusto patrimonio festivalero. El Cante de las Minas, la Mar de Músicas, el Festival de Jazz de San Javier y el SOS 4.8 ponen a la Región en el mapa de la música y le confieren una proyección internacional y un eco mediático que contribuyen a sacarla fugazmente de la barraca. Le da un punto de modernidad.
Al SOS hay que asomarse con la mirada límpida, sin prejuicios, para comprobar que hay vida más allá del karaoke, otros mundos -dub, trip-hop, britpop y rarezas por el estilo- capaces de reunir a 35.000 ‘sosers’ que bailan y deambulan enloquecidos por un recinto al que se accede con pulsera y en el que las consumiciones se pagan con ‘token’, te hacen el boca a boca para servirte un chupito de Jägermeister o te inmortalizan dando saltos en un ‘gift’ que te llevas de recuerdo en tu ‘smartphone’. El SOS 4.8 se alzó en su nacimiento con el santo y la limosna, pero ahora sería un error argüir la menesterosidad pública para negarle el pan de la Administración que lo mantiene vivo. Con los 300.000 euros que aporta la Comunidad Autónoma se podrían atender algunas necesidades sociales más acuciantes que subvencionar un festival para el solaz de los nostálgicos de Pet Shop Boys, es verdad, pero con ese dinero también se puede hacer mucha demagogia. ¿Está justificado mantenerle el oxígeno? El consejero de Cultura, Pedro Antonio Sánchez, ha anticipado la respuesta: sí, aunque reduciéndoselo progresivamente hasta que el SOS haga honor a su vocación congénita de ‘sostenible’ y logre autofinanciarse. Respuesta correcta. El retorno en términos económicos que la organización atribuye al festival ronda los 20 millones de euros, una estimación exagerada y quizá indemostrable. Pero bastaría con que el beneficio se quedara en la mitad de lo que se pregona para que su rentabilidad social fuera una realidad innegable. He visto yo muchas comilonas pagadas con cargo al erario público que no tenían más fuste que darle gusto a la endorga, y clamorosos dispendios artísticos disfrazados de vanguardias culturales, sin que aquéllas ni éstos merecieran de hoteleros, restauradores, comerciantes y taxistas la alabanza unánime que sí dedican al SOS, porque les trae cuenta.
Puestos a elegir, yo prefiero un gin-tonic aromatizado con haba tonka (que ya es bastante modernez), antes que un chupito servido en probeta, y a Bruce Springsteen mejor que a Phoenix, pero me declaro muy fan del SOS 4.8.

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