Algunos murales callejeros coloreados a golpe de espray son obras de arte. Tanto es así que aportan su grano de arena a la hora de embellecer barrios enteros. Hay ayuntamientos que utilizan dichas intervenciones dentro de sus planes de recuperación urbana. Madrid, por ejemplo, ha echado mano de esos recursos artísticos en el distrito de Tetuán, con motivo de un programa de mejora del paisaje de la ciudad, duro como el cemento. Vaya por delante que no estoy hablando de los feos grafitis, firmas y pintadas que ensucian mobiliario y edificios, y que, en el caso de Murcia, se castigan como una infracción leve (¿suficiente?), con una sanción de entre 30 y 150 euros, según la ordenanza de limpieza viaria.
Sin abandonar la capital, este arte urbano se ha empleado en la decoración de algunas casetas de transformadores eléctricos, dentro de una actuación municipal con patrocinio de una gran empresa. Independientemente de la calidad artística de los trabajos (predominan paisajes típicos y fiestas populares), desde luego aportan colorido y, a mi juicio, resultan más estéticos que la fría pared. En ocasiones, la iniciativa privada también ha recurrido a esta tendencia. Así ocurre con los comerciantes que piden los servicios de ‘grafiteros’ para que decoren con aerosoles las fachadas y persianas de sus establecimientos. Incluso la parroquia de La Purísima de la pedanía de El Palmar ha sorprendido con un gran mural para ‘borrar’ las pintadas que ensuciaban la tapia del cementerio. Los garabatos fueron denunciados en la sección de La Chincheta de ‘La Verdad’, y la solución buscada para acabar con el problema resultó sorprendente, a la vez que efectiva. ¡Chapó!