Si no fuese por la música no sé qué sería de mí. Ser violinista en la Ópera de Viena es una de las cotas más altas que puede alcanzar un músico austríaco, aunque no vivamos buenos tiempos precisamente. La ciudad está llena de oficiales y soldados franceses. Las salas de conciertos se han quedado sin público entendido con la llegada de Napoleón y la nobleza ha abandonado la ciudad.
Este invierno hace más frío que de costumbre y los ensayos del próximo programa se están complicando a medida que pasan los días. El maestro Beethoven es un músico increíble, pero no tengo nada claro que podamos preparar a tiempo su concierto para violín. Sólo quedan tres días para la víspera de Nochebuena y no hay un solo día sin nuevos cambios en la partitura.
Durante los ensayos, el maestro se muestra muy nervioso y no deja de moverse entre los atriles para comprobarlo todo. De todos es sabido que este año no ha dejado de componer y que la situación sociopolítica de Viena afecta a cualquiera, pero el carácter del maestro se está volviendo insoportable. Las calabazas que le ha dado Frau Josephine von Brunsvik ayudan muy poco y entre los músicos de la orquesta corre el rumor de que un mal catarro ha disminuido su fino oído. Una y otra vez, desde el patio de butacas nos corrige matices que minutos antes, cerca de la orquesta, eran de su satisfacción. Además, hay pasajes donde las dificultades técnicas y de afinación son patentes y, a pesar de ello, el exigente maestro nos sorprende asintiendo desde la distancia.
Para colmo, este veinteañero que tenemos de concertino, está más preocupado de su papel como solista que de la situación que vive la orquesta. Franz Clement es un virtuoso del violín que desde hace más de diez años goza de la confianza y amistad del maestro Beethoven, pero personalmente creo que no es honesto con él. Toda Viena está al corriente de que ha organizado este programa en el Theater an der Wien en su propio beneficio.
Niño prodigio y excelente músico, Herr Clement está más pendiente de sí mismo que del concierto. Sólo hay que verlo salir al escenario después de que lo haya hecho la orquesta, tan estirado, trajeado y con ese calzado tan brillante. Los músicos bromeamos continuamente sobre ello e incluso justificamos nuestros errores de ejecución por las distracciones derivadas del destello cegador de sus zapatos. Además, por las noches, Clement visita al maestro para comprobar si hay modificaciones de última hora en su partitura, mientras que los músicos de la orquesta tenemos que lidiar con los cambios en la misma mañana de ensayo.
No me fío de este Clement. Cuando estrenamos la Sinfonía Heroica, aprovechó para tocar uno de sus conciertos de violín sin avisar. El próximo martes 23, es capaz de hacer una de las suyas a mitad del concierto. El otro día, Theodor, uno de los violistas, lo sorprendió en el camerino tocando el violín en una postura poco académica y ya ha saltado la voz de alarma.
Hacía mucho tiempo que no me sentía como un novato dentro de la orquesta. A pesar de ello, creo que este concierto para violín será un éxito. Quizás, como dice el maestro Beethoven, es música para el futuro, pero los músicos disfrutamos con la serenidad y ternura que emana de las melodías que ha compuesto. Tocar esta música nos cambia el estado de ánimo.
Fuera de este teatro, las calles están llenas de franceses, pero de vuelta a casa, al pasear con mi violín por el mercadillo de Navidad, tarareo esta música y, por un instante, vuelvo a la Viena que añoro.
Nota: El concierto de violín en Re mayor opus 61 de Beethoven fue estrenado sin mucho éxito el martes 23 de diciembre de 1806 en el Theater an der Wien. Franz Clement hizo una brillante interpretación leyendo algunos pasajes a primera vista. Entre el primero y segundo movimientos, interpretó una de sus sonatas y sorprendió al público al tocar el violín girado hacia abajo. Hoy día, este concierto está considerado como una obra maestra de la Historia de la Música.