Cuando la gravedad de una enfermedad preocupa a un compositor, es lógico que cambie su actitud vital y su manera de escribir música. Un caso interesante en este sentido es el de Gustav Mahler (1860-1911), el músico que visualizó el declive de la sociedad de su tiempo que, incapaz de entender su lenguaje, nunca consiguió congeniar con el sabio maestro.
A pesar de que en su infancia Gustav vio desfilar los ataúdes de siete de sus catorces hermanos, no es hasta el verano de 1901 cuando inicia la composición de los impactantes Kindertotenlieder (Canciones de los niños muertos) al tiempo que termina otros ciclos de canciones y compone su célebre Quinta Sinfonía.
Posiblemente, esta “explosión creativa”, como la llama De la Grange en su libro sobre el músico, guarda relación con la grave hemorragia intestinal que sufrió éste en febrero de ese año, por la que tuvo que pasar por el quirófano y guardar un largo periodo de convalecencia en el Sanatorio Löw.
En junio, Mahler se traslada a su retiro estival en Maiernigg donde estrena casa y dispone de suficiente tiempo para componer, alejado de la intensa actividad que como director tenía en Viena. La naturaleza le proporciona inspiración y en ella descubre nuevos aspectos sobre la musicalidad del canto de los pájaros.
La melodía escondida que propone para esta semana Lorenzo Meseguer Luján, violonchelista murciano de la Orquesta Balthasar-Neumann de Friburgo (Alemania), se encuentra en el primer movimiento Trauermarsch (Marcha fúnebre) de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. En el vídeo adjunto, entre 4:00 y 4:37, “escuchamos la melodía de los violines, fagotes, clarinetes y luego oboes, con un contratema de los violonchelos. Seguramente este sea uno de los pasajes más relevantes de esta sinfonía tan rica en escritura contrapuntística. Sin duda, Mahler era un maestro de esta técnica”.
Disfruten de la música de Gustav Mahler al tiempo que atiendan a su mensaje tan lleno de contrastes y distorsión. Parecía impensable en su tiempo que, las modernas sociedades democráticas pudieran generar tanta desigualdad, conflictividad y horror como las que ha vivido la Humanidad en los últimos cien años. Cuando Gustav dijo “mi tiempo está por llegar”, tenía la esperanza de que pudiésemos, al fin, comprender lo que nos intentó advertir con su bola de cristal.