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Carlos Escobar

Música inesperada

Neurología in blue

La Música y la Medicina mantienen una estrecha relación y han evolucionado con una rapidez similar a lo largo de la historia. Cuando en casa escuchamos un disco o visualizamos un vídeo en un reproductor de alta definición, con frecuencia olvidamos que ese instante de privilegio que nos regala el avance tecnológico no era imaginable para el compositor que escribió la obra que podemos disfrutar en pijama todas las veces que nos apetezca.

Cuando los médicos revisamos las enfermedades que los músicos sufrieron en el pasado, no podemos evitar tener la sensación de que hoy día habríamos alargado la existencia y la creatividad de esos genios que tantas satisfacciones y felicidad nos proporcionan con su arte. Ni siquiera necesitamos retroceder un solo siglo para apreciar el desarrollo exponencial de la Medicina y las enormes dificultades a las que se enfrentaros nuestros colegas del principios del siglo XX.

Uno de los ejemplos más relevantes es el de la enfermedad de George Gershwin (1898-1937), uno de los grandes escritores de canciones de la historia cuyas melodías se convirtieron en súper éxitos instantáneos. Junto a su hermano Ira, compuso casi mil canciones, una docena de espectáculos y músicas para cuatro películas. Entre sus obras más destacadas figura Rhapsody in Blue (1924), Concierto para piano en fa mayor (1925), Un americano en París (1928) y Porgy and Bess (1935).

George Gershwin comenzó a presentar en 1934 trastornos de conducta que en su entorno atribuyeron a cambios de personalidad propios de la excentricidad de un artista con fama y prestigio internacional. A pesar de que Gershwin visitó a distintos médicos, el escaso rendimiento diagnóstico de la radiología simple de cráneo fue de poca ayuda para diagnosticar el incipiente tumor cerebral que surgió en la parte derecha de su cerebro. Hoy día, con los modernos TAC y resonancias magnéticas, este diagnóstico seguramente no habría pasado desapercibido.

A partir de 1936, George comenzó a tener crisis epilépticas que se acompañaban de una extraña sensación olfativa que describía como olor a goma quemada. Era una época donde los cambios emocionales detectados por su hermano y amigos coincidieron con la insatisfacción del músico por la composición de música para películas. Así, dado que la exploración física y neurológica eran normales y ante la negativa de Gershwin a someterse a una siempre molesta punción lumbar, los médicos consideraban que el compositor sufría ataques de histeria.

Durante los primeros meses de 1937, George Gershwin tuvo problemas para interpretar música al piano por las frecuentes crisis epilépticas de las que se recuperaba con una normalidad impropia, continuando tocando la pieza musical como si no hubiese pasado nada. En el mes de junio comenzó a tener dolores de cabeza, fotofobia y a sufrir una marcada tendencia a la apatía, melancolía y depresión. Desgraciadamente, los exámenes físicos, neurológicos y radiológicos a los que fue sometido seguían sin relevar ninguna patología en concreto y se perpetuó el diagnóstico de histeria.

La evolución de la enfermedad fue inexorable con George, que días más tarde dejó caer un cuchillo durante una comida y un vaso mientras bebía. En otra ocasión se aplicó chocolate como si de una crema corporal se tratara. Hasta el día 8 de julio, los médicos no confirmaron que se trataba de un tumor cerebral. Tras consultar con expertos neurocirujanos del país y con el paciente en estado comatoso, se decidió operar sin éxito una lesión cerebral de gran tamaño, tras la que el música no superó el postoperatorio.

Nunca sabremos con certeza si con las técnicas modernas neuroquirúrgicas de hoy día, junto a los avances de la radioterapia, radiocirugía, quimioterapia, imagen radiológica y farmacología, podríamos haber prolongado la vida artística de George Gershwin. Lo que sí estoy seguro es que este fantástico compositor americano fue clave en la introducción de los ritmos de jazz y de la música popular en las salas de conciertos, motivo por el que desde estas páginas le rendimos un merecido tributo.

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por Carlos Escobar

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