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Carlos Escobar

Música inesperada

El grito del alma

Estos días toca estar recogido en casa entre las orejeras del sillón. Toda actividad pública no relacionada con las obligaciones laborales o la compra de productos de primera necesidad ha quedado paralizada o aplazada. Desde estas páginas siempre he defendido lo esencial que es la música para las personas y, por su carácter universal, todavía es más necesaria en una situación de extrema gravedad que afecta a distintos países.

Escuchar o interpretar música desde casa es una opción fantástica para estos días de aislamiento responsable. Distintos entidades como la  Filarmónica de Berlín o la Ópera de Viena ofrecen en abierto las retransmisiones de sus programas. Aún así, es inevitable que añoremos desde el sillón de casa el escuchar la música en directo que se ha cancelado con motivo del estado de alarma.

Por ello, quiero imaginar cómo habrían sido los conciertos que estaban programados en el Auditorio de Murcia y compartirlo con ustedes.

El pasado viernes estaba prevista la actuación de la Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI de Turín, que incluía en su programa la Primera Sinfonía de Gustav Mahler titulada Titán. A pesar de ser una sinfonía esbozada por un segundo jefe de orquesta en Kassel (Alemania) a la edad de treinta y cinco años, es una obra maestra que contiene la esencia personal del compositor y gran parte elementos característicos que van a aparecer a lo largo de su vida, como son su sensibilidad por la naturaleza y la fascinación por los ritmos austríacos.

Por tanto, para estos días, les recomiendo la escucha de la Titán de un joven de ascendencia judía que soñaba con dirigir la Ópera de Viena mientras se formaba en el conservatorio y en la universidad. Interesado en la Filosofía, desde su primera obra sinfónica vierte sus ideas personales metafísicas y religiosas, donde la naturaleza del ser humano y la idea de la muerte cobran especial protagonismo. La sinfonía pertenece al periodo sentimental de su carrera que abarca hasta 1900.

Bruno Walter, discípulo de Mahler, se refiere a la Primera Sinfonía como su Werther ya que en la partitura desahoga su desgarradora experiencia personal. En efecto, sin tratarse de música programática, los cuatro movimientos de la Titan están plagados de emociones íntimas a modo de mensaje personal, que Walter define como el grito del alma.

Pronto el oyente descubre en el primer movimiento los timbres de la naturaleza que con tanta maestría orquestaba Mahler y cómo el héroe que nos dibuja el compositor basa su especial determinación en la pureza de su imaginación. Posteriormente introduce una melodía de los chelos basada en un lied de las Canciones de un compañero errante, compuestas para una cantante de la que estaba enamorado.

En el segundo movimiento es muy fácil reconocer la música popular austríaca que baña los compases de la partitura y donde aparece en el centro un vals vienés tocado con una mezcla de delicadeza e ironía.

El tercer movimiento es muy interesante porque refleja el conflicto interior de Gustav cuando era un niño. La marcha fúnebre se basa en la muy conocida canción Frère Jacques que se presenta en re menor y en forma de canon, a la ve se van incorporando magistralmente los sucesivos grupos de instrumentos. Hay que recordar que Mahler vio desfilar los ataúdes de sus hermanos desde una vivienda situada encima de la taberna de su padre, lugar frecuentado por prostitutas y soldados, en un ambiente festivo y chabacano que contrastaba con el sentimiento de pena que lo inundaba a la vuelta del cementerio. Quizás por ello, en este movimiento, alterna la marcha fúnebre con la fanfarria donde se mezclan aires gitanos y ritmos militares.

El cuarto movimiento es el de la liberación del joven compositor. La energía interior de Mahler se abre hacia la luz de una manera contundente, hacia la liberación de la tonalidad en re mayor. Es el momento donde reconquista las emociones con las que empieza la sinfonía y esto entusiasmó al público asistente al estreno de la primera versión de la sinfonía en Budapest.

Les deseo que pasen un feliz rato con la magia de Mahler.

 

 

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por Carlos Escobar

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