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Carlos Escobar

Música inesperada

La nostalgia del contrapunto

En la esfera de los privilegios incluyo el contar con amigos profesionales de la música cuya generosidad se proyecta más allá del escenario donde desarrollan sus dotes artísticas. Así, cuando me visitan, siempre me sorprenden con una obra de música de cámara que, interpretada en el salón de casa, hace que perciba cada una de las notas a flor de piel. En una de nuestras schubertiadas fue homenajeado el compositor que las popularizó con la interpretación del Quinteto para cuerdas en do mayor, opus 163, D. 956. La escucha de esta obra magna, tocada por solistas profesionales y en un ambiente de complicidad donde aflora la espontaneidad, hace que oídos, cerebro y corazón, vivan una experiencia inolvidable.

Aunque esos momentos mágicos son imposibles de compartir ahora con el lector, desde estas líneas trato de exprimir a estos fantásticos cómplices que hablan de su mundo con la misma pasión como los escuchamos. Desde hace unas semanas, en Música Inesperada, estamos analizando las obras más importantes del repertorio camerístico con los comentarios de un experto y nuestro invitado de hoy es Antonio García Egea, catedrático de Violín del Conservatorio Superior de Murcia y un excelente intérprete de este instrumento, que hoy nos propone hablar de esta famosa obra de Franz Peter Schubert: “Sin ánimo de parecer exagerado, el Quinteto para cuerdas en do mayor de Schubert es una de las obras más importantes de la música de cámara de todos los tiempos. Tal afirmación la baso en su impresionante riqueza musical y exquisita estructura formal que atesora”.

García Egea comparte la opinión de que la culminación de la música de cámara escrita por el compositor llega con este quinteto de cuerdas, que concluyó poco antes de morir. La composición es tan magistral que parece escapar del género camerístico para acercarse al género orquestal. El Quinteto de cuerdas D. 956 fue escrito para dos violines, una viola y dos violonchelos, formación poco frecuente en su época pero que libera al primer violonchelo de su papel habitual para brillar en sonoridad y lirismo. Antonio nos comenta que: “el color y timbre de la obra es extraordinario, gracias, entre otras cosas, a la presencia de dos chelos, que tienen un papel importantísimo en el conjunto de la obra. En ningún caso se puede inferir que el segundo chelo tenga un papel secundario, como sí ocurre con la parte del segundo violín en muchos cuartetos de cuerda”. En la Guía de la música de cámara dirigida por Tranchefort (Alianza editorial) se dice textualmente: “…el tipo de escritura sinfónica que Schubert adopta deliberadamente al doblar las dos voces extremas (dos violines y dos violonchelos) con una voluntad de ensanchamiento orquestal”.

Para Antonio García, los cuatro movimientos en los que se divide el quinteto (Allegro ma non tropo; Adagio; Scherzo: Presto; Allegretto) “son por separado obras maestras por la calidad de las melodías, el tratamiento de las voces, el cromatismo schubertiano y la perfecta sintonía de las voces”. 

Me ha alegrado de la elección de esta obra por parte de García Egea porque el segundo tema del primer movimiento, un bello contrapunto de los dos chelos en mi bemol, es una de mis melodías preferidas de las que creó Schubert y uno de los pasajes camerísticos más sublimes del Romanticismo. Para nuestro invitado, la justificación es ésta: “Las melodías del primer movimiento, favorecidas por el registro agudo del primer violonchelo, gozan de una textura única. Los acompañamientos nunca son tomados como algo pasivo, sino que las apoyan y las complementan, dotándolas de una entidad que no tendrían por sí solas”. 

El segundo movimiento es de un lirismo único. Nos lo aclara el catedrático de Violín: “Éste se lleva a cabo mediante un tratamiento muy diferenciado de las partes, donde la combinación de las voces que llevan el contrapunto métrico y las que llevan la parte melódica se conjugan muy bien. El resultado es de una sonoridad perfectamente ensamblada, que camina gracias al empuje y rigor del contrapunto métrico y donde se apoya la belleza de la melodía”.  

Tras la calma del segundo movimiento, sigue un Scherzo definido por nuestro experto como “trepidante, lleno de energía y virtuosismo y la parte del trío (Andante sostenuto) contrasta claramente con éste por su carácter lento, triste, con valores largos y una textura donde las voces construyen la melodía de una forma similar y con cambios simultáneos”.

Del Allegretto final, que pueden escuchar en el vídeo adjunto interpretado por Antonio García Egea como primer violín junto a cuatro miembros de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, donde formó parte de la plantilla, lo más destacable es “la energía, contrastes, estructura formal y las fantásticas melodías que transportan al oyente a un mundo de pasión y virtuosismo. Sin duda, es el movimiento más exigente desde el punto de vista técnico, por los continuos saltos en el mástil y los pasajes en spiccato y ricochet”.

Para los lectores no familiarizados con estos términos y con permiso de nuestro invitado hay que decir que son dos golpes de arco fundamentales en la técnica del violín. En el spiccato se utiliza la flexibilidad de las falanges para que el arco se levante en cada nota a una velocidad muy concreta. El ricochet es una serie de spiccatos ejecutados hacia abajo permitiendo que el arco rebote de una manera intencionada para lograr un efecto natural.

Espero que disfruten de esta audición y les animo a escuchar la obra completa, porque es una de las maravillas que ha brotado de la cabeza de un músico con un talento sin igual.

 

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por Carlos Escobar

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