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Carlos Escobar

Música inesperada

Componiendo toses

La música refleja muy bien las inquietudes de las personas como disciplina humanística de lenguaje universal que es, mostrándose comprensible más allá de las fronteras establecidas. La enfermedad infecciosa tampoco entiende de límites geográficos, tal y como vemos en la pandemia por coronavirus que actualmente asola al planeta.

Covid-19 no es la primera epidemia importante a la que se ha enfrentado el ser humano, cuya fragilidad ante el rigor de la Madre Naturaleza es aún más patente por el desconocimiento e incertidumbre que nos rodea.

No tenemos que retroceder mucho en la Historia para reconocer como la Música y la Literatura, entre otras disciplinas artísticas, van de la mano de la situación socioeconómica y científico-técnica de cada época. 

Cuando el hombre decidió domesticar a la Naturaleza, no tuvo en cuenta que ésta apareció mucho antes que él y que los microorganismos que la habitan son más astutos que nosotros y son capaces de mutar para sobrevivir. Han sido muchas las infecciones que han asolado nuestro planeta (peste bubónica, sífilis, viruela, SIDA…) pero la que quizás ha tenido más repercusión en el mundo del arte ha sido la tuberculosis, una enfermedad que llegó a infectar durante la primera mitad del siglo XIX a la mitad de la población de Gran Bretaña, causando la muerte al tercio de sus habitantes. Hoy día, la tisis, como también se denomina este proceso infeccioso, causa un millón y medio de muertes cada año, además de las repercusiones emocionales que ocasiona a los que la sufren.

La ópera es un espejo que nos devuelve la situación social y científica del momento en el que se crearon las composiciones. Antes de descubrimiento del bacilo de Koch como gen responsable de la tuberculosis (1882), se desconocía la naturaleza infecciosa de la tisis. En general, la tuberculosis se asociaba a un ideal de belleza donde la mirada brillante, las mejillas sonrosadas y la sudoración de la pálida piel contribuían al aura de fragilidad y pureza propias de las mujeres sexualmente atractivas y bellas. Hubo tres estrenos operísticos que traducen cómo era el entorno social de cada momento: el de la Traviata, el de Los cuentos de Hoffmann y el de La Boheme.

La Traviata fue estrenada por Verdi en Venecia en 1853, época en la que todo el mundo parecía que iba a morir lentamente de tuberculosis, padecimiento que tenía una dimensión más social que médica y que se entendía como un acto de redención (sacrificio físico) en personas cuyos pecados eran consecuencia de la sociedad donde vive. Hasta ese momento, los compositores preferían que sus sopranos se suicidaran para lograr la salvación, pero con Verdi esto cambió. Así, Violetta Valery, nuestra protagonista, arrastra un pasado escandaloso que le va a impedir culminar su historia de amor con Alfredo. Como en esa época la tuberculosis no era considerada una infección, Alfredo se comporta como un auténtico enamorado que ansia estar con Violetta hasta el final. La salvación del alma de la protagonista es únicamente posible a través de la muerte y todos los personajes la ven como una buena mujer hostigada por las circunstancias y prejuicios sociales. 

Otra célebre tuberculosa es Antonia, la heroína de Los cuentos de Hoffmann de Jacques Offenbach, estrenada en el Teatro Nacional de la Ópera de París un año antes del descubrimiento del bacilo de Koch. En esa época se consideraba que la tuberculosis era un mal hereditario y los médicos solo podían hacer un pronóstico evolutivo del padecimiento. En el libreto, Hoffmann hace una crítica sobre las limitaciones científicas a través del personaje Dr. Miracle, un médico charlatán que no evita la muerte de Antonia a la que aplica remedios sin sentido. Ésta, a diferencia de Violetta, muere enloquecida por la enfermedad, sin comprender lo que le pasa y sin que exista ninguna explicación moral.

Finalmente, en 1896, cuando todos supimos que la tisis era contagiosa y más propia de ambientes cerrados, sucios y mal ventilados, Puccini estrena La Boheme en Turín. La protagonista es Mimí, una bella joven también condenada a morir de tuberculosis que, a diferencia de Violetta, está enamorada de un escritor (Rodolfo) consciente del carácter infeccioso de su enfermedad. Por ello, cuando arrecia la tos de Mimi, la rechaza y le recomienda que se vaya con su amante rico para que la cuide mejor. En la escena final, es muy significativo como Mimí muere rodeada del arrepentido poeta en presencia de sus amigos (un filósofo, un pintor, un músico y un cantante), reflejando la impotencia de las disciplinas artísticas ante una enfermedad contagiosa que afectaba muy especialmente a las clases sociales más pobres.

Las condiciones de los menos favorecidos que delataban a la sociedad como culpable de los males del ser humano es el tema de uno de los musicales de más éxito en nuestros tiempos. En Los Miserables, basado en la novela publicada por Victor Hugo en 1862, el protagonista (Jean Valjean) es un hombre acosado que encuentra la redención al adoptar a la hija de Fantine, una mujer honrada que se ve obligada a prostituirse y rebajarse hasta la desesperanza, falleciendo de tuberculosis.

En 1952 empieza la era de los fármacos tuberculostáticos, tan ansiados como la vacuna para el coronavirus que hoy esperamos, pero que no han conseguido erradicar la enfermedad ni sus consecuencias. Curiosamente, desde las primera concepción romántica del padecimiento – equiparado a una determinada constitución que favorecía la creatividad-, hasta la idea basada en la ciencia actual, no hemos conseguido erradicar la tisis de nuestro planeta. Hoy sigue habiendo muchas Violettas, Antonias, Mimis y Fantines en el mundo, todas ellas mujeres que sufren, mueren y son queridas por otras personas.

Por ello, en la actual pandemia por coronavirus, además de ofrecer lo mejor de nosotros para superarla, hay que esforzarse en no contrariar más a la Madre Naturaleza y, si es posible, agradecerle sus bondades con la mejor música.

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por Carlos Escobar

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