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Carlos Escobar

Música inesperada

Doble indiscreción

 

La naturaleza fue una de las pasiones de Johannes Brahms (1833-1897). El efecto producido por la corriente del río Aar al mezclarse con las tranquilas aguas del lago Thun, hacía que la habitación donde componía el músico, resultara para él una morada encantadora. Las mañanas del verano de 1887 en Suiza fueron muy productivas para un compositor con la dedicación de Johannes que él mismo se premiaba  con una buena comida y un café turco. Para pasear habría tiempo después, siempre y cuando el tiempo acompañara. 

Las únicas sombras en la feliz estancia de Brahms a orillas del lago eran consecuencia de su distanciamiento con su buen amigo y violinista Joseph Joachim al que tenía pensado escribir un nuevo concierto para dos instrumentos, en el que también habría dedicatoria para el violonchelista Robert Hausmann, otro gran músico que formaba parte de su círculo más intimo.

Como para el maestro de Hamburgo la profesión estaba por encima del plano personal, abordó el reto de componer el Doble concierto para violín, violonchelo y orquesta. Cada mañana se asomaba al lago convencido de encontrar una solución artística que evitase que la masa orquestal apagara el brillo de los dos instrumentos de cuerdas. Para el compositor era importante que la inspiración lo encontrara siempre trabajando y, con su reciente viaje a Italia todavía fresco en su memoria, pensó en recuperar la esencia del Concerto grosso de manera que chelo y violín participaran como un grupo de cámara independiente de la orquesta. Convencido de que eso sería del agrado de Joachim y Hausmann, se puso pluma en mano para crear una sinfonía moderna con solistas a un patrón tradicional propio de dos siglos antes.

Brahms consideró esta creación como una pequeña indiscreción precisamente por las turbulencias en su amistad con Joachim, tal y como consta en una de sus cartas. Resulta curioso que un músico que defendía la música abstracta rechazando el carácter programático propuesto por Liszt y Wagner, permitiera que su conflicto personal con el célebre solista impregnara los compases de su nuevo concierto sinfónico. Según opinan expertos en la materia, en algunos momentos del concierto los dos instrumentos quedan confrontados en su cometido en paralelismo con las relaciones entre maestro y violinista. Otros estudiosos de la obra de Brahms valoran su intento permanente para equilibrar la importancia de los dos instrumentos aunque, sobre la partitura, el papel preponderante del chelo es claro por ser el que primero entona la melodía en el primer y tercer movimientos.

La obra fue felizmente estrenada en octubre de ese año por los tres amigos: Johannes como director, Joseph como violinista y Robert como chelista, con un éxito rotundo. En el primer movimiento Allegro non troppo, destacan los recitativos a modo de diálogo entre solistas en un apasionante contrapunto. En el Andante central, los instrumentos cantan sin caer en un virtuosismo desmesurado muy en línea con la idea de tranquilidad que predomina en todo el movimiento. El Vivace non troppo final nos sumerge en una atmósfera zíngara donde se respira el buen estado de ánimo de Brahms en vacaciones estivales.

Este fin de semana escucharemos en directo y doble sesión (viernes y sábado) el Concierto para violín, violonchelo y orquesta en la menor, opus 102 de Brahms, interpretado por Antonio García Egea (violín), David Apellániz (violonchelo) y la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia dirigida por Carlos Domínguez Nieto. Es una excelente oportunidad para viajar a un paisaje alpino con luz natural en la que encontrar al compositor alemán tomando un café a orillas del Thun. De vuelta a casa nos traerán los Paisajes Ibéricos de Albéniz, que completan el programa.

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por Carlos Escobar

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