Entre todos los compositores dotados de sensibilidad para percibir la naturaleza, están los elegidos con la capacidad de transcribir como dialogan con el entorno natural.
El nombre Jean Sibelius está ligado a Ainola, la casa de madera que convirtió en su hogar en lo alto del lago Tuusula. Este bello paraje sirvió de inspiración a muchos artistas fineses de principios de siglo XX que, como Sibelius, anhelaban el silencio como necesidad creativa. Cuando Jean se sentaba cada noche en el pupitre o en el piano, la atmósfera de paz que le proporcionaba Ainola, lo proyectaba a los recuerdos de su infancia junto a sus padres.
Aunque Sibelius tuvo dificultades económicas para terminar de pagar el piano, el instrumento permaneció en casa durante toda su vida y de su teclado emanaron obras de distinta extensión, abarcando desde pequeñas piezas para piano hasta las grandes sinfonías.
El estilo musical del piano de Sibelius fue el resultado de la conjunción de su concepción melódica juvenil, del romanticismo y nacionalismo de su periodo medio y del misterio contenido en las composiciones del final de su carrera, siempre con la omnipresente imagen del paisaje finlandés. Los elementos de la naturaleza que despertaron los sentidos del compositor desde sun infancia, fueron vertidos en sus pentagramas de forma que puede afirmarse que el movimiento del agua del lago y de las ramas de los árboles fueron traducidos en notas musicales.
Hoy le propongo al lector una pequeña composición que contiene toda la magia y la sensibilidad de Sibelius. Se trata de la quinta pieza para piano de su último ciclo opus 75 sobre los árboles y que se titula El abeto (Granen). Cuando la escuchen, coincidirán conmigo en su condición de obra de arte y en que su pausado ritmo de vals nos recuerda al Valse Triste, existiendo además un fuerte vínculo con el Impresionismo francés dada la capacidad de Sibelius para evocar el susurro de las ramas del árbol.
El mérito de esta composición del maestro finés reside en la capacidad de transmitir sus impresiones tal y como las percibió, yendo más allá de la contemplación visual y acercándonos a la conjunción de todos los sentidos.
Es posible que El abeto de Sibelius sea la máxima expresión de cómo un teclado puede dispersar los colores de la naturaleza con la misma naturalidad con la que los árboles le hablaron al compositor.
Nota: Este post lo dedico a las personas con ilusión por enseñar música.