Se dice con suma facilidad y en sentido figurado lo de “espera a que me fume el último pitillo”.
La historia que hoy les traigo es la del músico austríaco Anton Webern (1883-1945), autor de un legado musical tan condensado y reducido como interesante y de gran calidad.
Anton Webern, al igual que el compositor Alban Berg, es discípulo de Arnold Schönberg y juntos forman la triada de músicos conocida como la segunda escuela de Viena. De la primera escuela de Viena ya hemos hablado en otros blogs y abarca nada menos que a los maestros Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert.
Webern, casi al finalizar la II Guerra Mundial, deja Viena y se muda a Mittersill (cerca de Salzburgo) donde vive su hija en un entorno más seguro. El 15 de septiembre de 1945, durante la ocupación de Austria por parte de los Aliados, la familia Mattel-Webern recibe una visita inesperada. Benno, el yerno de Anton, se dedica al contrabando de mercancías y unos soldados americanos fingen vender víveres para atraparlo en ese preciso instante.
Minutos antes, Anton recibe de su yerno un preciado regalo. Lleva sin fumar meses y ahora tiene entre sus manos un buen cigarro. Wilhelmine, su esposa, le dice que lo disfrute fuera de la casa para no molestar a sus nietos.
Un soldado cocinero de la armada americana conocido por su difícil carácter, lo encuentra en la oscuridad de la noche una vez establecido el toque de queda. Se crea una situación de tensión e incertidumbre y el soldado dispara a Webern hasta tres veces y el músico fallece apenas ha entrado por la puerta. Sus últimas palabras a su esposa son: “Se acabó”.
En las primeras declaraciones, el cocinero de la armada Raymond Bell argumenta que se ha defendido al ser atacado en la oscuridad. Diez años más tarde, Bell fallece por alcoholismo agudo atribuido a la sensación de culpabilidad tras el incidente en los Alpes austríacos.