Uno de los edificios más singulares de la capital de Alemania es el de la Philharmonie, sede de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Entre 1956 y 1963, siendo Herbert von Karajan director de la célebre formación, se construye la llamativa sala diseñada por Hans Scharoun, el arquitecto “de las mil apariencias”.
Scharoun es un mago en el tratamiento de los espacios y lo demuestra tanto en el vestíbulo, como en la sala y el exterior de la Phiharmonie.
El iluminado vestíbulo que recibe y reúne al público, inmediatamente lo dispersa por las diferentes escaleras, pasillos y galerías que se entrelazan multiplicando el número de accesos a la sala. Esta forma de concebir la arquitectura hace que los espacios y las gentes aparezcan tras esconderse con absoluta complicidad. El movimiento de personas se apodera del espacio y las prisas para acceder al espectáculo contrastan con la calma reinante en la sala de conciertos. Estas mismas escaleras y galerías también se convierten, en un momento dado, en balcones para asomarse al interior del vestíbulo.
Por tanto, Scharoun crea deliberadamente grupos reducidos de personas que acceden a espacios suspendidos en la sala de conciertos a modo de terrazas de viñedos. Las 2.200 localidades están dispuestas con tal imaginación que hacen que el espectador forme parte de la escena, siempre gracias a la relación espacial geométrica entre el escenario y la sala. Bajo el techo, los reflectores acústicos parecen estar suspendidos como nubes sobre la orquesta.
El exterior del edificio es impresionante. El aluminio dorado que lo reviste apenas tiene ornamentos ni detalles en la fachada, pero el edificio proyecta su fuerza interior a través de los distintos ángulos, curvaturas y chaflanes.
La naturaleza dinámica del espacio en la Philharmonie conecta el corazón del músico con las gentes de Berlín. Como dice su creador, Hans Scharoun: “El hombre está obligado y vinculado con su espacio correspondiente y con el tiempo cambiante”.
Ya tienen otra excusa para escuchar y “ver” música.