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Carlos Escobar

Música inesperada

La colina verde

 

Todo amante de la música de Richard Wagner (1813-1883) anhela asistir alguna vez a Bayreuth, la última ciudad donde residió el compositor y donde construyó el famoso Festpielhaus, el teatro que él diseñó para representar sus dramas musicales en las condiciones acústicas y escénicas que consideraba ideales.

El edificio, a pesar de algunas modificaciones, conserva sus cualidades arquitectónicas esenciales  desde la apertura al público en 1876 tras cuatro años de construcción. Ese verano Hans Richter dirigió la primera representación de “El Anillo del Nibelungo”.

Este año he sido de los afortunados wagnerianos en asistir al Festival de Bayreuth, tras más de diez años esperando la oportunidad. Llegar a la colina verde es una experiencia social y cultural sin parangón, ya que, cada año, entre el 25 de julio y el 25 de agosto, el evento atrae a grandes personalidades políticas, literarias y artísticas, además de miembros de la “high society” europea.

Si nos centramos en lo puramente musical, la primera sorpresa que encontramos en el auditorio del Festpielhaus es su parecido a un anfiteatro griego, por la disposición de las columnas a lo largo de los flancos de la sala. El foso de la orquesta está casi totalmente cubierto, de forma que no podemos ver a los músicos por el pequeño espacio por donde la música difunde hacia el público. Esta disposición del foso fue una exigencia de Wagner en aras de conseguir una acústica especial, donde el sonido de los metales se propagase de una manera más lógica junto al del resto de los instrumentos. Los músicos, que acuden cada año al Festival de Bayreuth sin recibir compensación económica, se sienten muy cómodos porque pueden tocar vestidos de calle, pero el director musical tiene una exigencia mayor para compensar los planos sonoros y coordinar lo que ocurre en el foso y en la escena donde se mueve el coro y los cantantes.

Otra exigencia de la acústica del Festpielhaus es que no se puede climatizar la sala. Por un lado, se evita el molesto sonido del aire acondicionado, y por otro, se logra que el sonido difunda de una manera más natural. No es necesario que les confiese que los aficionados a las óperas de Wagner preferimos soportar el calor reinante en la sala, a privarnos de la esencia de la música del maestro de Leipzig.

En otra ocasión les hablaré de mi experiencia personal como oyente en los tres dramas musicales que he escuchado este año en Bayreuth. Actualmente podemos asistir a fantásticas representaciones de las óperas de Wagner en España y Europa, pero la magia y el sonido del Festpielhaus es singular.

Baureuth es una ciudad muy especial. El maestro se refirió a ella como “el lugar donde mis delirios encuentran la paz”.

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por Carlos Escobar

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