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Carlos Escobar

Música inesperada

La barca de Noe

 

Hace muchos años, en una región costera demasiado cercana a la nuestra, vivía una sacerdotisa muy querida por su pueblo. Se llamaba Noe y tenía el carácter alegre de las personas nacidas junto al mar, con unas singulares dotes comunicativas que le hacía partícipe de las alegrías y sinsabores del día a día de sus vecinos.

Los lugareños del pueblo de Noe eran gente de bien y de costumbres sencillas. Cada cada noche, tras la exigente faena de pesca, recolección o cuidado del ganado, tan sólo anhelaban disfrutar de una buena cena y la posterior copa de coñac en el lugar más confortable de la casa.

Esa manera austera de vivir se veía agitada con cierta frecuencia por los festejos en los que participaban casi todos. Las fiestas que interesaban por igual a hombres y mujeres, jóvenes y mayores, acomodados y humildes, sanos y enfermos, se celebraban por motivos muy variopintos como podían ser la llegada de la primavera, la conmemoración de batallas importantes o la intermediación de la Virgen en las lluvias, además de las tradicionales fiestas religiosas de Navidad y Semana Santa.

Como la mayoría de los vecinos de Noe se dedicaban a la pesca y a las actividades relacionadas con ella, el día más esperado del año en el pueblo era la fiesta de la sardina con la que Noe se sentía especialmente identificada por tratarse de una jornada de convivencia alegre, desenfadada y muy entrañable.

Los habitantes de la localidad que acudían en masa a todas estas convocatorias festivas celebraban que la naturaleza premiase todos sus esfuerzos realizados diariamente desde el alba hasta el atardecer. El arraigado sentimiento religioso compartido por estas gentes no suponía en modo alguno un inconveniente para que cada uno de ellos sintiera un arraigo especial por las ancestrales tradiciones del lugar.

Por ello, la sacerdotisa Noe, era una de las personas más importantes para esas familias que cada mañana despertaban e intentaban adivinar, contemplando el cielo, lo que les depararía el mar en esa jornada que entonces comenzaba. 

En general, en esos tiempos, el pueblo vivía días de muy buenas faenas y las barcas regresaban a puerto llenas de enormes piezas de pescado fresco. No se recordaba en mucho tiempo una temporada de pesca tan productiva como esa, por lo que todos los vecinos estaban encantados con los efectos del hechizo de su sacerdotisa amiga. 

Noe, ajena a la verdadera explicación para tanta riqueza en el mar, se sentía muy feliz entre tanto paisano agradecido que apoyaba su elección anual como reina de la fiesta de la sardina.

Una agradable noche de primavera, Noe estaba sentada en el puerto, cuando creyó escuchar una voz dulce y serena que en ese instante interpretó como virginal. Una voz con la advertencia de que la buena temporada de pesca solo se prolongaría si el pueblo cumplía con la tradición de sacar la barca de los músicos.

Una antigua creencia giraba en torno al poder mágico que sobre la pesca tenía una vieja embarcación fenicia guardada como pieza de museo pero mantenida en perfecto estado para ser botada. Durante más de treinta años, al comienzo de la temporada de pesca, la antigua barca se hacía a la mar tripulada por jóvenes músicos dispuestos en parejas del mismo instrumento. Durante tres días y tres noches seguidas, los chavales interpretaban las obras clásicas que habían ensayado a lo largo del año. La tradición oral afirmaba que las bellas melodías preparadas a conciencia y ofrecidas al mar, tenían un efecto mágico sobre las hembras de pez que comenzaban a desovar de una manera sobrenatural, lo que, a largo plazo, repercutía en la cantidad y calidad de las piezas que meses y años más tarde cobrarían del mar los lugareños.

La voz que escuchó Noe la sobresaltó profundamente, puesto que ella escuchó esa historia siendo niña y mientras se dormía pensó en el futuro. Sin embargo, a la mañana siguiente, la sacerdotisa, rodeada del calor popular y las muestras de felicidad de sus vecinos, se dejó llevar por la inmediatez y la popularidad de todo lo que les proponía habitualmente. Estaba Noe liada con tanta dedicación en los preparativos de los festejos de la sardina que nunca más volvió a recordar esa voz virginal con la que el mar tan claramente la advirtió.

La barca de los músicos jóvenes sigue todavía esperando a que despierte la conciencia de Noe. Las riquezas del mar que entonces disfrutaba su pueblo eran consecuencia de las buenas decisiones tomadas en el pasado. Como el futuro depende en gran medida de como se planifica el presente, pueden imaginar fácilmente como terminó la historia.

 

Nota: Esta historia es cruel para el lector que, como ocurre tantas veces, siente que es un espectador sin posibilidad de avisar a la protagonista de lo que irremediablemente va a suceder. En cualquier caso, nunca hay que perder la esperanza…

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por Carlos Escobar

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