Si en el tiovivo de las infraestructuras estatales nos toca viajar de por vida en la tartana, siempre mirando al cogote de nuestros vecinos de arriba, en el carrusel de la política giramos condenadamente a lomos de la inanidad. El trayecto es de una monotonía hipnotizante y pueden transcurrir semanas completas sin oírse un mensaje político de cierta enjundia. A esos efectos, la escena regional se asemeja hoy a un monasterio trapense, con forzoso voto de pobreza por la crisis, en el que el grueso de las labores recae en los contables y los fontaneros de la abadía. No es que no haya ruido, que lo hay, pero son las letanías partidistas de siempre, que vienen a diestro y siniestro, como un eco perpetuo. A diferencia de lo que acontece en Madrid, donde el estruendo es volcánico por el ‘caso Bárcenas’, aquí reinaba en los últimos días un silencio clamoroso, más propio del vacío cósmico que de un rincón del planeta cargado de problemas y desafíos. Quizá es que hay más trabajo de despacho del habitual y pocas buenas nuevas de fuste que anunciar, exceptuando un plan de empleo juvenil y una ley de emprendedores. Es verdad que sin lo primero raras veces llega lo segundo. Y de sobra es sabido que sobreexponerse a la opinión pública es tan perjudicial como a los rayos solares, sobre todo si se baja a la arena, desnudo y sin crema protectora, a recitar trovos que se los lleva el aire. En esos casos, las quemaduras son acumulativas e irreparables. Pero son en estos momentos de calma chicha cuando estallan las sorpresas, algunas mayúsculas, como la renuncia del consejero Constantino Sotoca, uno de los pilares del Gobierno regional. Lo inopinado no es que un brillante profesional, sin duda uno de los mejores consejeros del actual Ejecutivo, deje la política tras doce años de servicio público, menos aún en tiempos tan ingratos, sino que Valcárcel no tuviera un relevo inmediato cuando, intramuros, se sabía con antelación el deseo de Sotoca. El presidente no veía necesidad de hacer cambios en su equipo, pero al final tendrá que acometer al menos uno por la marcha voluntaria de uno de los suyos. La imagen que se proyecta no puede ser positiva porque la resolución de esta crisis interna, aunque se restañe con rapidez, parecerá improvisada, independientemente de quien sea el reclutado para asumir una parcela tan compleja y delicada, como es la educación y la lucha contra el paro. Y eso constituye un precedente relevante para la decisión política más importante que Valcárcel habrá tenido que tomar en mucho tiempo: la designación de su sustituto cuando se incorpore a las listas de su partido al Parlamento Europeo. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, las marcas electorales PP y PSOE, lejos de asegurar un granero importante de votos, son ahora un lastre. No valdrá cualquiera y quien sea elegido necesitará tiempo para proyectarse públicamente. A falta de pocos meses no parece existir un plan definido. Y eso, con todo lo que se juegan de cara al futuro, todavía sorprende más.