Hay muchas ciudades con múltiples atractivos como Murcia, pero pocas tan empeñadas como la capital del Segura en destruir aquello que le confiere su singular belleza. No es la primera vez que confieso mi estupor ante el deterioro progresivo de la huerta. No encuentro otra explicación que la ignorancia, la incompetencia, la indolencia y la avaricia para semejante expolio de un patrimonio etnológico que es único en España. Cada cual tiene su rincón favorito allí donde vive. El mío son los carriles que forman un entramado mágico entre el Malecón, Guadalupe, el Rincón de Beniscornia, la rueda de La Ñora, la mota del río y la Contraparada. Los recorro en bicicleta con la sensación de que ese tránsito entre limoneros y naranjos, regados por el agua de la acequia Aljufía, es un privilegio impagable que solo puede ser correspondido con un profundo respeto a tanta belleza e historia acumulada en ese vergel. Noticias como el derribo del molino de Oliver (Aljucer) y el reciente entubamiento de la acequia Pitarque, con el consiguiente destrozo de una arboleda, me producen primero incredulidad y, luego, desazón. Entiendo que pueden existir razones de salubridad, como mantienen algunos vecinos, para haber actuado en ese paraje, pero lo que resulta incomprensible es que la solución adoptada se llevara por delante ejemplares protegidos y además en contra de una orden expresa del propio Ayuntamiento. Tan reprochables me parecen los efectos medioambientales del entubamiento como esa sensación de que saltarse el ordenamiento jurídico puede ser admisible o resultar rentable para algunos. Cuando desde la Junta de Hacendados se argumenta que nunca en la huerta de Murcia, Beniel y Orihuela se necesitó permiso para tales actuaciones, la conclusión inmediata es que no ha existido el interés debido en el Consistorio murciano por controlar la preservación de este patrimonio a lo largo de muchos años. Y los resultados son los que son. El legado medioambiental del equipo de gobierno municipal, por muchas ganas y eficacia que pone su actual responsable, curiosamente una de las mejores ediles de la Corporación, deja mucho que desear y es el reflejo de un proceder con muchas zonas de sombras en materia de urbanismo y ordenación del territorio. Mientras que Cartagena progresa porque precisamente hace de su patrimonio histórico una baza importante para su economía, Murcia languidece. Y eso no es solo por falta de dinero a causa de la crisis. La parálisis deviene de la ausencia de ideas, ganas y liderazgo. Vox populi. O repunta la iniciativa política o la ciudad se estancará muchos años. Si no siempre fue así, es momento de demostrarlo. No puede ser que cada proyecto de cierta envergadura se convierta en un problema y que de cada problema cotidiano emerja una montaña. La bonhomía y el voluntarismo no es suficiente en estos tiempos. Comienza otro curso y el crédito ciudadano se agota aceleradamente con episodios tan lacerantes.