No pudo agotar una legislatura. E incluso ha renunciado a hacer Presupuestos. Pero apelando a los sentimientos en lugar de a la cabeza, Artur Mas convenció a parte de una ciudadanía, torticeramente adoctrinada, de que está capacitado para crear un Estado propio. Y lo que es aún más fantasioso, de que una vez rotas las amarras con el resto de España, se evaporarán las cuitas de los catalanes. Como ya no había más cortinas de humo para tapar las vergüenzas de su gestión, Mas se lanzó inicialmente en pos de un pacto fiscal, un concierto económico para Cataluña como el del País Vasco, sabedor de que la independencia es una quimera en el marco de la Constitución, la UE y el propio sentido común. Con el tiempo, a fuerza de propalar la falsa idea de que España expolia a los catalanes, germinó ese sentimiento independentista que hoy ya no puede embridar. Como el título de una novela de Chester Himes, Mas es un ciego con una pistola que deambula por un país con las costuras reventadas por la crisis y donde la democracia chapotea por sus múltiples goteras. Ahora, el ‘honorable’ también está preso de esa cadena humana de la Diada que auspició para «asombrar al mundo» y presionar a Rajoy. En esta huida hacia adelante, Mas ha perdido el control de su peligrosa estrategia, sin que sepamos cuál es la que maneja el presidente del Gobierno. Acertadamente, Rajoy dirá «no» a la consulta soberanista. Pero tendrá que hacer algo más y no sabemos qué. A Rajoy no le flaquean las convicciones cuando hay que defender el marco constitucional, pero intranquiliza constatar que no hizo nada para solucionar el tema de fondo en el último año. En el horizonte se adivina una posibilidad: que con el argumento de que es necesario salvaguardar la unidad de España se justifique el traspaso de más competencias a Cataluña y una mejora económica en el nuevo modelo de financiación. A lo segundo, nada que objetar, siempre que no sea en perjuicio de la Región de Murcia y de otras comunidades. Atribuir el exceso de nuestro déficit regional exclusivamente a la infrafinanciación per cápita es una versión simplista e interesada para disimular algunos antiguos errores de gestión, pero es cierto que eso es una parte muy importante del problema. Los murcianos reciben mucho menos de lo que deberían del Estado para la sanidad y la educación. No yerra Valcárcel cuando dice que el modelo de financiación será la próxima batalla regional. Sobre todo porque, como adelantó Montoro, no habrá más dinero, sino un nuevo reparto. Difícil será así satisfacer a todas las autonomías. Todo apunta a que se acentuará la corresponsabilidad fiscal para aumentar la capacidad recaudatoria de las comunidades por la vía de los impuestos. Si la solución se reduce solo a eso, el problema persistirá en una Región donde se ha desplomado la renta disponible de las familias. De alguna forma, el devenir de Murcia no es ajeno a lo que está en manos de Rajoy y Mas por culpa de un desatino separatista.