La experiencia acumulada por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad es una garantía de que los potenciales peligros del yihadismo están bajo control en nuestro país, aunque el riesgo cero no existe en ningún punto del mundo
Minutos antes del comienzo de una mesa redonda el pasado jueves en la UMU, donde participaba como moderador, el profesor de Ciencia Política Fernando Jiménez me dio el más acertado consejo que he oído para evitar que los ponentes se alarguen demasiado en sus intervenciones. Recuérdales, me sugirió, que precisamente hoy se cumplen 152 años del discurso de Abraham Lincoln en el cementerio de Gettysburg, que tenía menos de 300 palabras y fíjate lo que ha significado en la historia de la humanidad. Fue un alegato de solo diez frases, verbalizado en no más de tres minutos, en el que Lincoln remarcó que la Guerra Civil americana estaba poniendo a prueba a «una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales». Junto a las tumbas de los soldados caídos, Lincoln apeló a tomar el testigo de los que dieron su vida en la defensa de esas ideas para que no desapareciera de la tierra «un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».
Esta última frase sería incorporada posteriormente a la Constitución francesa, esa misma que ahora el presidente Hollande ha propuesto reformar para defender la democracia de los «actos de guerra» cometidos por el Estado Islámico. Igualdad, libertad y fraternidad, pero también seguridad. Los atentados de París vuelven a situar a las sociedades democráticas ante el mayor desafío planteado por el yihadismo: el combate con éxito contra quienes siembran el terror sin menoscabar los derechos y libertades en los que se basa nuestra convivencia. Quienes difunden decapitaciones de rehenes, tirotean a jóvenes que asisten a un concierto de música o se hacen saltar por los aires para asesinar al mayor número de inocentes intentan socavar la confianza en nuestros valores democráticos, entre los que se incluye también el respeto a la libertad religiosa. Nada interesa más a los terroristas del Estado Islámico que alimentar los brotes de intolerancia e islamofobia en el seno de las sociedades europeas para minar nuestro estado de derecho y destruir el imperio de la razón, inoculando miedo y fanatismo con los métodos más salvajes imaginables. El combate policial contra el yihadismo en Europa ha avanzado mucho desde los atentados del 11M en Madrid, pero resulta de una enorme complejidad hacer frente a quienes pueden ordenar un atentado en Siria, planificarlo en Bélgica y luego llevarlo a cabo en París, aprovechando la libertad de movimientos del espacio Schengen. Los ataques de París han puesto de manifiesto la necesidad de una mayor coordinación de los servicios de inteligencia europeos. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad han detenido en España a 120 personas por su presunta vinculación con el yihadismo desde 2013 y hay cientos de jóvenes radicalizados, con los mensajes difundidos por el Estado Islámico a través de internet, que están bajo estrecha vigilancia en nuestro país. Alrededor de una treintena, según fuentes policiales consultadas por ‘La Verdad’, estarían en territorio murciano, aunque no hay el menor indicio de que esa radicalización observada suponga un peligro real en estos momentos. La experiencia acumulada por nuestras fuerzas de seguridad, de cuyo trabajo serio y riguroso hay numerosas pruebas en los últimos años, es una garantía de que los potenciales peligros están bajo control, aunque el riesgo cero no exista en ningún punto del mundo.
La actitud de las principales partidos españoles, con el PP y el PSOE a la cabeza, impulsando el pacto contra el yihadismo, está demostrando también la solidez de la inmensa mayoría de la clase política ante uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta nuestra democracia. Tan importante como la respuesta policial es la actitud de nuestros líderes políticos ante un envite que exige la mayor unidad posible y una respuesta sin fisuras dentro del marco de la legalidad internacional. Como en los tiempos de Abraham Lincoln, hay planteada una guerra global de la que deben salir reforzadas los derechos, libertades y principios por los que muchos hombres y mujeres dieron su vida en el último siglo y medio.