– ¡Tío! Son las once. ¿De dónde vienes? Las niñas no querían dormirse sin esperarte.
– Mira nena: tenemos que hablar. Hace tiempo que quería tener esta conversación pero tú estás siempre tan ocupada. Verás, no me voy a andar con rodeos. Me he enamorado. Me he enamorado de otra mujer y ya no lo puedo ocultar. Tampoco quiero que te sientas culpable. Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver contigo. He encontrado a la mujer de mi vida y quiero poder contárselo al mundo entero. Ella es la mujer de mis sueños, lo sé cuando me mira y cuando me abraza. Es una mujer que está por mí y que solo piensa en hacerme feliz. Cuando nos vemos, siento su deseo y sus ganas de estar conmigo. Juntos, ya no necesitamos nada, ni a nadie. Hace tiempo que me merecía estar con alguien como ella. Una mujer que se cuida para mí y que me espera, perfumada, con las uñas de los pies y de las manos impolutas y pintadas de rojo y con ropa interior, que sé, que ha elegido para seducirme. Me emociona. Es como volver a renacer, a tener nuevas ilusiones y a sentirme realizado y querido. Tienes que comprender que es una cuestión de autoestima y que no puedo seguir viviendo contigo. Que lo nuestro ha finalizado y que hablar no va a servir de nada. Por favor, no te vuelvas loca. Lo mío es amor y no esperes que tus lágrimas o tus súplicas puedan cambiar mi decisión. Ella me necesita y yo ya no puedo renunciar a ella.
– Mira cariño…
No voy a ser un obstáculo a tu felicidad. Lo de las uñas pintadas me ha parecido una crueldad para una madre, como yo, que ha de cuidar de tres niñas pequeñas, pero te agradezco tu sinceridad. Sin saberlo, me has mostrado el camino. Aquí te quedas y no te preocupes, que no tardo nada en preparar mi maleta.
– Pero… ¿Cómo que tu maleta?
-Si. Claro. Me marcho. Te dejo para que empieces a organizarte en tu nuevo nido de amor. Estoy segura de que nuestras niñas le van a encantar a tu Julieta. Con tranquilidad, al mes que viene, te llamo y ya hablaremos del régimen de visitas.