¿Les ha pasado también a Vds. eso de desplegar un mapa (sí, en papel) en un lugar totalmente desconocido hasta ese momento y, no darse de cuenta hasta pasados unos largos minutos, de que lo tenían del revés? Espero no quedarme sola en esta situación. Menos mal que ahora ya, con el geolocalizador del teléfono, ese error resulta imposible. Y, también porque esta acción de abrir mapas, que era todo un signo de identidad de un turista nivel pro, ya no se ve; Es cosa del pasado remoto. Y eso que yo sigo bien atenta en los lugares más turísticos por si aún hubiera algún despistado. Pero nada.
Convendrán conmigo que volverlos a plegar de forma correcta era todo un arte de origami casi. Pero, estrenamos año, y dejamos aquellos tiempos de Maricastaña para aterrizar en las coordenadas controladoras de Google Maps.
El mundo en cuadrículas
Y surge en este “nuevo mundo” un dilema que me quita el sueño: Si ya no abrimos mapas y tan sólo vemos una nueva ciudad en el pequeño rectángulo que nos permite la pantalla del móvil, ¿acaso no estaremos dejando de conocer cuál es el verdadero tamaño de un destino? Esta nueva forma de <<viajar en cuadrículas>> constriñe nuestra dimensión espacial. Entonces, ¿se perderá (como los mapas en papel) en un par de generaciones venideras?
Tiempos que pecan de inhumanos
También (además de la espacial) nos está afectando a la dimensión temporal porque el geolocalizar nos indica el tiempo exacto (cual experto matemático) que tardaremos en llegar al lugar elegido (pe. Madrid-Murcia: 4horas, 6 minutos. ¡qué precisión!); Pero eso sí, lo calcula de forma muy inhumana porque no tendrá en cuenta las paradas necesarias para repostar, comer, estirar un poquito las piernas, mirar el móvil, etc.
Un poquito de ayuda
Ante tanta confusión de espacio y de tiempo, la gran pregunta es: ¿Un mapa equivocado nos puede llevar a algún sitio? Los que somos fans del Sr. Colón y de sus viajes y aventuras sabemos que todo es posible en una ruta (pues hasta un nuevo continente nos puede estar esperando).
Les quiero contar un caso real de gran calado. De esos que se estudian en las más caras y prestigiosas Escuelas de Negocios, en el módulo de liderazgo empresarial. Un grupo de soldados realizaban unas maniobras complicadas en Los Alpes. Entre tanto trajín, concentración y picos nevados, se perdieron y anduvieron en estas montañas durante varios días hambrientos, con frío… Apenas tenían ya fuerzas para seguir. De repente, uno de los soldados encontró en el bolsillo de su mochila un mapa. Con este trocito de papel, animó a sus compañeros (“Venga, es por aquí, ¡vamos!”); recuperaron la energía, se pusieron en ruta y… lograron llegar al campamento sanos y salvos. Y, ya una vez reconfortados, se dieron cuenta de que el mapa en cuestión era de Los Pirineos.
No quisiera yo que les vaya a suceder algo similar al caso de estudio y que anden perdidos por montañas repletas de lobos y osos. Pero, si llegada tal hipotética situación, abren un mapa, aunque sea en papel y esté desgastado, sepan que les puede salvar la vida. ¿Quién dijo que eran inservibles y cosa del pasado?
Quiero terminar con una nota de humor, también basada en un caso real. Un guía acompañaba a un grupo de turistas en Los Picos de Europa; Cuando todos bajaban el autobús escuchó a una de las señoras gritar feliz con los brazos abiertos hacia el horizonte: “Verás cuándo le diga yo a mi vecina que he estado en lo alto de Los Pirineos este verano”.
Con o sin mapa, qué fácil es confundirse, ¿verdad?