En un par de meses estaremos haciendo colas en el chiringuito (con un poco de suerte, los postres nos los tomaremos a eso de las 16horas); Pagaremos, en algunos lugares, por un café o una bola de turrón hasta tres veces más de su precio normal; Nos sentaremos a la mesa con una prometida “comida típica casera” que, ahora ya, se ofrece en su versión industrializada. Y así, una retahíla de acciones cotidianas propias de un destino turístico.
Y, quizás, en algún momento de clarividencia veraniega nos cuestionemos: ¿Pero, esto del turismo, no se nos estará yendo un poco de las manos?
Embarque prioritario
Quiero compartir con Vds. un caso real reciente de uno de estos sobrecostes intrínsecos de los viajes. Una acción más que evidencia cómo nos comportamos en un desplazamiento, en este caso, en un vuelo nacional. La compañía, con tal de ofrecer varios precios, en su estrategia comercial aparece la atractiva leyenda: “No haga colas: embarque prioritario”. Y, los españoles, que somos reacios a cualquier cola, somos presa fácil. A nada que sean unos poquitos euros más, aceptamos este precio “engordado”.
Y allí estaba él. Enchaquetado. Maletín de trabajo bajo el brazo. Nos miraba a todos con cara de superioridad. Su grupo para embarcar era el primero. Y él, además, de los primeros de la fila. Todos los restantes pasajeros, agrupados en otras colas (grupos 2 y 3) según fuera la fila de nuestro asiento.
Yo aproveché este ratito de espera para cargar el teléfono. Y, también (cotilla que es una, ya me conocen) para ver el ritmo de avance de la cola. Quién se desespera antes; quién intenta colarse, etc.
Efectivamente, nada más abrirse el control del embarque, él (y todo el grupo uno) entraron los primeros. Oferta comercial cumplida. Sí, pero, ¿dónde?: Al autobús aparcado al sol con las puertas abiertas.
Allí estuvo esperando hasta que el autocar se llenó con todos los pasajeros (que, mientras, estábamos cómodamente sentados con aire acondicionado en la sala del aeropuerto). Yo fui de las últimas en entrar en el autobús (mi grupo era el tercero). Así que no me quedó otra opción que estar de pie junto a la puerta. Él, a mi lado, sentado, ya se había quitado la chaqueta en esta larga espera dentro del autobús.
Cuando el autocar llegó a la escalerilla del avión, adivinan quién fue la primera pasajera en acceder, ¿verdad?
Esta tarifa de embarque prioritario, con el sobreprecio que esconde en ella, ¿acaso le fue útil al señor enchaquetado y, a tantos otros que, sí efectivamente estuvieron sentados en el autobús pero poco más?
¿Dónde están las musarañas?
¿Y si nos estuviéramos equivocando y buscamos la felicidad en el trasiego y coste de un viaje, cuando el ensimismamiento, el no hacer nada, en volver a mirar las musarañas fuera el mejor plan para pasar un verano?
¿Estará desapareciendo esta especie al no ser ya contemplada? Yo voy a contribuir un poquito a mirarlas, que no quiero que se extingan. Y, Vds., ¿harán muchas colas o, se apuntan a esta bonita distracción?