En su libro ‘La cocina al desnudo’, el malogrado cocinero Santi Santamaría relata una curiosa anécdota. El director de marketing de Burguer King España le envió una carta en 2007 retándole a que cocinara una hamburguesa mejor que su ‘Honey & Mustard Tendercrisp’: «Una hamburguesa de pollo única en el mercado, con carne 100% pechuga y una perfecta combinación de productos de la huerta murciana…»( ¿). Señores, qué dislate: ¡las virtuosas verduras murcianas trituradas, procesadas, sometidas a mil y una obscenas manipulaciones como reclamo de comida basura! El cocinero catalán, conocido por su poco amor por los eufemismos contestó: «La cuestión no es que el pan cruja más o menos, la salsa de miel y mostaza esté más o menos equilibrada y que la carne de pollo esté picada de una manera más o menos fina; la cuestión es que la forma de comer y vivir que difunde Burguer King es incompatible con la forma de vida de la cultura milenaria del Mediterráneo y termina siendo destructiva para la misma». Y terminaba su contestación: «Sepa que, en nombre de la cocina, pienso volcarme cada día más en hacer pedagogía a favor de una alimentación sana, gustosa, respetuosa con el territorio y acorde con nuestras culturas mediterráneas». En el mismo libro, el chef sostenía que «si aceptamos que la gastronomía y la cocina en particular forman parte de nuestro patrimonio, este debe ser preservado y divulgado». En el mismo sentido, la investigadora Cristina Padilla señala que «las cocinas regionales constituyen una de las expresiones culturales más contundentes de lo que se ha denominado el patrimonio intangible de las sociedades y las comunidades». Y Meléndez y De la Torre concluyen que «es en las cocinas tradicionales donde encontramos procesos de producción y apropiación patrimonial de un inventario gastronómico propio de una comunidad». Por si no le quedaba claro al de marketing ese.