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Hábitos eléctricos

Los inventos de Edison y Tesla trastocaron los comportamientos alimentarios alejándolos de nuestro reloj circadiano

Alvaro Sanchez

                                   Alvaro Sanchez

Según la Fundación Española de Nutrición, los  hábitos alimenticios son «comportamientos conscientes, colectivos y repetitivos que  conducen a las personas a seleccionar, consumir y utilizar determinados alimentos o dietas, en respuesta a unas  influencias sociales y culturales».  Una definición que se queda un poco corta porque es evidente que existen muchos otros factores que determinan esos hábitos: espacio físico, climatología, evolución socioeconómica, recursos disponibles… y muchos otros.
En el relato de los acontecimientos históricos que han configurado lo que comemos y la forma en que lo comemos se olvida casi siempre un elemento de vital importancia: el desarrollo de la investigación científica, los avances de la ciencia a lo largo de la historia. La mayoría de los estudiosos de la historia de la alimentación humana sitúan como un elemento clave de la misma el descubrimiento de la cocina, es decir, de la acción del fuego en los alimentos, lo que cambió el curso de la evolución humana: al proporcionar a nuestros antepasados una dieta más fácil de digerir, se produjo un excedente de energía en el aparato digestivo que acabó siendo usado por el cerebro, lo que propició su exponencial desarrollo, único en nuestra especie. Y, además, la cocina de los alimentos fijó a los individuos a un lugar y a unas horas prefijadas para comer, germen de la civilización actual.
Pero hay una segunda gran revolución que modificó radicalmente nuestros hábitos alimentarios a cuya conexión no se le ha dado tanta importancia: el descubrimiento de la electricidad, más concretamente, de la corriente eléctrica. Pese a que los méritos históricos han correspondido a Edison, un oscuro personaje poco recomendable por cierto, el auténtico descubridor  de las aplicaciones de la corriente eléctrica fue Nikola Tesla, inventor e ingeniero de origen serbocroata que fue autor de numerosas invenciones en el campo del electromagnetismo entre finales del XIX y principios del XX. Tesla descubrió la corriente alterna, y sentó las bases de los sistemas de distribución de electricidad que han dado lugar  al mundo  moderno. Inventó la radio, los robots,  el control remoto, el motor de corriente alterna, que contribuyeron al surgimiento de la Segunda Revolución Industrial. Como pionero de las comunicaciones inalámbricas contribuyó a establecer el marco de desarrollo de  la era digital. Y obviamente modificó (eso, sin querer) nuestros hábitos alimentarios de manera relevante.
Imaginemos cómo eran las cocinas antes de los inventos de Tesla: grandes  y oscuros espacios con mastodóntica maquinaria movida a mano, alimentada con combustibles como carbón y leña. Espacios de trabajo en los que importaba la fuerza bruta. Y más si hablamos de cocinas señoriales o palaciegas en las que se preparaba comida para muchos comensales. Y veamos cómo es una cocina moderna: casi una nave espacial repleta de tecnología que se mueve con un dedo. Hay quien considera esta cuestión  (Carme Ruscalleda, por ejemplo) como una de las claves de la poca presencia de mujeres al frente de cocinas profesionales a lo largo de la historia. Pero hay más: sin Tesla no conoceríamos los modernos sistemas de cocción que han sustituido al fuego directo ni los sistemas actuales de refrigeración ni los microondas ni la inducción ni la cocina al vacío….
Pero el gran cambio en nuestros hábitos alimenticios como consecuencia del descubrimiento de las aplicaciones de la electricidad fue nuestro alejamiento definitivo de los ciclos circadianos, de nuestra desincronización de la secuencia día-noche. Antes de la electricidad, los humanos despertábamos con el alba, cenábamos al atardecer y cerrábamos los ojos poco después de anochecer. La sincronía de nuestros relojes biológicos con  los picos y los valles de la actividad de  nuestro cuerpo era perfecta, como perfecto era el acompasamiento de las funciones biológicas de nuestros diferentes órganos (aparato digestivo en particular) a la frecuencia y horarios de las ingestas de alimentos. Pero entre Edison y Tesla acabaron con esa armonía. Sus inventos trajeron un mundo en el que siempre es (o puede ser) de día; en el que a medianoche pueden darse perfectamente picos en nuestra actividad cerebral y física e ingestas de bebidas y alimentos que fuerzan a estómago, intestino, hígado y páncreas a realizar sus funciones a deshora, contra sus respectivos relojes biológicos. Y eso es malo. Muy malo. La catedrática de la Universidad de Murcia Marta Garaulet, pionera en el estudio de la cronobiología, señala que «la hora de la comida es capaz de predecir la pérdida de peso, no solo en tratamientos dietéticos, sino incluso en tratamientos quirúrgicos en caso de obesidad severa». Para la investigadora es relevante no solo lo que se come, sino «cuándo se come, ya que esos horarios son cruciales para el mantenimiento de un peso saludable y de una adecuada salud metabólica».
La electricidad nos alejó de la naturaleza, rompió la relación de nuestro cuerpo con los ritmos de nuestros relojes internos (hay muchos, aunque coordinados por uno central ubicado en el hipotálamo) que coinciden con la alternancia luz-oscuridad,  vigilia sueño, y dio un vuelco a nuestros hábitos de vida y por tanto, también, los alimenticios.
Y la cosa no es de broma. La investigadora del grupo Cronolab de la UMU María Ángeles  Bonmatí señala que «este desajuste del orden temporal se ha asociado a patologías como insomnio, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo II, deterioro cognitivo, envejecimiento prematuro…».
«España es el país del mundo donde más tarde se cena». Tan contundente afirmación, apoyada en datos, la realizó Marta Garaulet en una reciente conferencia en Molina de Segura. Una afirmación preocupante si la ponemos en relación con esta otra: «La interrupción de los ritmos circadianos parece reducir las expectativas de vida». Y todo por culpa de Edison y Nikola Tesla.

 

 

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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