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Pachi Larrosa

El Almirez

Ruedas de molino

El marketing nutricional es una herramienta que a menudo promueve hábitos alimentarios poco saludables

TFGP.

En 1954 las azucareras de EE UU aprovecharon unos estudios que relacionaban el consumo de grasas con enfermedades cardiovasculares para lanzar una de las operaciones de marketing nutricional más exitosas de la historia. Mediante la creación de fundaciones con marchamo ‘científico’ y la contratación de investigadores que elaboraron sesudos informes a sueldo, promovieron el consumo de azúcar como un elemento saludable  que compensaba el supuesto déficit de calorías por el descenso en la ingesta de grasas. Centenares de informes, conferencias y estudios fueron difundidos por los medios de comunicación propagando esta idea.
A partir de aquel momento, la producción y los beneficios de estas empresas se dispararon. Hoy, se sabe que es precisamente el azúcar añadido a los alimentos ultraprocesados (y no las grasas) el principal responsable de la obesidad, la diabetes y las  afecciones cardiovasculares.
El marketing es una herramienta destinada simplemente a vender y a incrementar el comercio, una herramienta desprovista, por tanto, de aspectos éticos ‘per se’. Estos se incorporan con su uso y es responsabilidad de quien la usa. La pasada semana el Hospital de Molina de Segura celebró su 19 aniversario con una jornada dedicada a la nutrición infantil, que, entre otras cosas contó con un debate sobre ‘Información y desinformación’.
Se pregunta Carlos Ríos en su libro ‘Come comida real’ (Paidós): «¿Cómo es posible que la gente pague por un puñado de ingredientes que son perjudiciales para su salud?» Confluyen aquí una serie de factores que dan lugar a una ‘tormenta perfecta’. Por una parte, la mayor sensibilidad hacia una alimentación ‘healthy’, que se dice ahora, es decir, sana, provoca que se preste una especial atención a cualquier tipo de reclamo en este sentido. De ahí la profusión de etiquetas y prefijos en los alimentos ultraprocesados: ‘light’, ‘eco’, ‘bio’, ‘orgánico’, ‘natural’, ‘casero’ y muchos más. Una mentira, sin más, o un ‘pequeño’ engaño, algo parecido a vender manzanas a un precio superior porque llevan una etiqueta ‘sin gluten’, como si alguna manzana lo tuviera. Un segundo factor es la carga reputacional que tiene toda información con la etiqueta de ‘científica’. Es muy difícil que un periodista no especializado pueda detectar el rigor de un estudio enviado por una fundación, así que mucho más complicado lo tiene el consumidor en general.  Aquí el antídoto inicial siempre es buscar la fuente original que encarga ese informe. Por eso la industria de la alimentación crea fundaciones, busca sellos y avales de sociedades científicas y manejan con gran habilidad el marketing pseudocientífico. El tercer factor desencadenante de esa ‘tormenta perfecta’ son, cómo no, los nuevos canales digitales de comunicación, que con su mezcla indiscriminada de información, opinión, bulos y falsedades, se convierten en una peligrosa herramienta, especialmente en temas de salud. Aquí se da pábulo a la barbaridad de cualquier indocumentado, con la misma consideración de autoridad que a la opinión de un reputado nutricionista. Y el cuarto y último factor es una reglamentación del etiquetado de estos ultraprocesados confusa y llena de lagunas, de lo que se aprovechan las empresas. Por ejemplo, las grasas ‘trans’ son ácidos grasos poliinsaturados enriquecidos con hidrógeno para facilitar su procesamiento industrial y su incorporación a los alimentos ultraprocesados. Según el nutricionista murciano Juan Madrid «aumentan las posibilidades de contraer enfermedades coronarias». Pues bien, no aparecen en el etiquetado, porque la legislación española no obliga a una mención directa. Hay que buscarlas bajo el nombre de ‘grasas vegetales hidrogenadas’ o ‘grasas parcialmente hidrogenadas’.
Los medios de comunicación debemos ser especialmente rigurosos con estos temas, dentro de nuestras posibilidades: documentarse, buscar las fuentes originales, contar con expertos, evitar informaciones alarmistas, huir del irreflexivo ‘corta-pega’… Pero la principal responsabilidad está en las empresas que son las que emplean la herramienta del marketing con profusión. Como dice el divulgador José Manuel López Nicolás, «las empresas deben cambiar, deben esforzarse en diseñar eslóganes publicitarios en los que el uso del lenguaje científico se atenga al rigor y a las nga

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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