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Pachi Larrosa

El Almirez

El chupagambas

Las malas praxis en la comunicación alimentaria, frecuentes en estas fechas, provocan alarmas injustificadas

TFGP.

Decenas, miles de comidas y cenas navideñas han decantado a lo largo de décadas una galería de personajes, un conjunto de estereotipos personales que han ido calando en la imaginación colectiva: la cuñada víbora, el yerno ‘sobrao’, el delicuescente adolescente impertinente… y el tío chupagambas.
A tenor de lo leído estos días en algunos medios de comunicación y replicado ‘ad nauseam’ por las redes sociales, este último debería estar muerto. Rebosante de cadmio por todos los poros de su cuerpo. En cada reunión familiar hay alguien que, a la vista de una bandeja de deliciosas gambas proclama: «A mi me dejáis las cabezas, que es donde está lo mejor de la gamba». Pues este año lo van a mirar raro. Casi como a un suicida. Porque justo en plenas fechas prenavideñas, a un medio de comunicación no se le ocurrió mejor idea que recordar que las cabezas de gambas tienen cadmio, que es cancerígeno y que chuparlas puede conllevar peligros para la salud. «Alerta sanitaria: chupar las cabezas de las gambas puede provocar cáncer a largo plazo» es uno de los titulares, nada menos, que hemos podido leer. Por supuesto, a más alarmista o incendiario un titular, mayor eco acaba recibiendo de las redes sociales, ese vertedero de populismo y falsas noticias. Se trata de un caso más de manifiesta irresponsabilidad, porque como ahora veremos, lo que está aquí en juego no es la salud de los ‘chupadores’, sino el futuro de muchas familias que dependen del consumo de estas especies, desde pescadores hasta pescateros pasando por toda la cadena comercial. Y se trata de una muestra más del grave problema que afronta la comunicación nutricional, tan expuesta a malas praxis periodísticas y a unas redes sociales que viralizan cualquier cotilleo espectacular.
Pero vayamos al grano, o sea, a la cabeza. Nuestras estimadas amigas las gambas tienen cadmio, por supuesto, un metal pesado tóxico para el hombre que en determinados niveles puede causar disfunción renal, desmineralización de los huesos y fallo renal «después de una alta y/o prolongada exposición y a largo plazo cánce», según las autoridades sanitarias. Es decir, algo tan viejo como aquello de que el veneno está en la dosis. Por cierto que el cadmio también está en otros muchos mariscos, en las algas, en los champiñones, en los cereales…. ¿Dónde está el origen de la advertencia de Sanidad?: en que la ingesta de cadmio cuando se consume la cabeza supone cuatro veces la ingesta que se obtendría al consumir solo el abdomen, o sea, lo que llamamos la cola. Claro, y si no comemos gambas, cero. Pero en ambos casos estamos hablando de niveles ínfimos, es decir que el problema está en la acumulación. ¿Quién tiene el estómago –y la cartera– como para comerse (y chupar las cabezas) dos kilos de gambas varias veces al año? De hecho, la Fundación Española de Nutrición (FEN) ha salido a la palestra para tranquilizar las cosas: «No hay riesgo en un consumo esporádico de cabezas de gambas y otros crustáceos». Pero es que, además, lo que se ha vendido como una alerta sanitaria emitida anteayer, en realidad es una recomendación que la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición difundió hace ocho años y que ahora ha sido rescatada por alguien desesperado por llenar un espacio informativo.
Estamos viviendo un fenómeno con algunas semejanzas al que suscitó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2015 a cuenta de la carne roja, provocando una gran alarma social y una larga polémica en todo el mundo. En aquellas fechas se hizo público un informe en el que consideraba que este tipo de alimento es «carcinógeno para los humanos» y lo incluía en el grupo de sustancias más peligrosas para la salud junto con el humo del tabaco, el alcohol, el plutonio o el aire contaminado. Otra vez una comunicación ‘de brocha gorda’ puede cambiar el sentido del mensaje. Porque no estamos expuestos de igual manera al tabaco o a la contaminación que a la carne roja (salvo casos individuales cercanos a la patología alimentaria). Lógicamente, una población sin una información especializada deducirá de semejante informe que comerse un chuletón de a kilo le va a llevar directamente a la quimio. De nuevo cuestión de responsabilidad en el mensaje y de dosis. A los tres días de la difusión de aquel informe, la OMS se vio obligada a emitir otro comunicado en el que «aconsejaba» a la población «moderar» el consumo de este tipo de carne con la finalidad de reducir el riesgo de cáncer.
El caso es que entre la subida habitual de estas fechas, los temporales en el norte que han mantenido amarrada la flota pesquera y anuncios como el de marras, comer marisco esta navidad nos va a obligar a ponernos en contacto con el Instituto de Crédito Oficial o con un enterrador. Bueno, la vida es riesgo.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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