Saber cocinar es bueno para la salud, pero en este apresurado mundo el aprendizaje solo es factible en el ámbito de la escuela
Necesitamos conectar el mundo de la alimentación-nutrición-cocina con el de la educación. El malogrado cocinero estadounidense Anthony Bourdain sostiene que cocinar es casi un “imperativo moral’, algo que habría que enseñar a todos los niños y niñas en el colegio. Para el autor de ‘Confesiones de un chef’ y ‘Crudo’, se cometió un error histórico cuando, como consecuencia de la reacción de las mujeres a su sometimiento en exclusiva a la enseñanza de asignaturas como ‘Economía Doméstica’, se canceló la formación reglada en cocina. En realidad, lo que debería haberse hecho es incorporar a los hombres también a este tipo de enseñanzas.
En el mundo en el que vivimos dejar en exclusiva en manos del entorno del hogar, de la familia, la educación de los más pequeños en temas tan vitales para su futuro como la adquisición de las habilidades y los recursos necesarios para mantenerse sanos a través de una alimentación equilibrada (algo muy difícil de lograr, si no se sabe cocinar), es una pretensión condenada al fracaso. Fenómenos como la incorporación de la mujer al mundo laboral, la precarización del empleo, la necesidad de que más de un miembro adulto de una familia tenga que aportar recursos a la economía doméstica, impiden disponer del tiempo necesario para ‘cocinar desde cero’, es decir, a partir de alimentos naturales. El tiempo que se dedica en los hogares a la cocina es cada vez menor, no solo en los países anglosajones (veinte minutos diarios), sino en los más tradicionalmente ‘culinarios’, los de la cuenca mediterránea. ¿Cómo entonces, vamos a imaginar si quiera que los niños puedan aprender a hacerlo en el ámbito familiar?
Esta situación, junto con la digitalización del conocimiento tiene otra secuela de gran importancia. Hoy, el 89% de los ciudadanos acuden a internet cuando quieren encontrar una receta. Los hábitos de comprar un libro de cocina o de consultar a la abuela están desapareciendo. Según un estudio de Sopexa, agencia internacional de comunicación en alimentos y bebidas, el 89% de la población ya busca las recetas de cocina en Internet, un 62% en la prensa escrita y solo un 48% en familia y amigos. Es decir, se está rompiendo la línea de transmisión por excelencia de conocimientos culinarios, aquella que permitía el trasvase de esas competencias de generación a generación.
Y por fin, otro momento histórico terminó por complicar las cosas. El nacimiento y meteórico desarrollo, a partir de finales del siglo XIX, de la gran industria alimentaria estadounidense, que junto con la globalización acabó colonizando el mundo. Sus productos son muy sabrosos, adictivos, incluso; fáciles de preparar y de consumir… y baratos. Ya tenemos la tormenta perfecta, o como se dice vulgarmente y nunca mejor aplicado, ‘el hambre con las ganas de comer’. Claro que facilitan mucho la vida… y la acortan. Son los responsables de que la alimentación de los hijos de las clases trabajadoras y medias especialmente sufran obesidad con el rosario asociado de patologías que acabarán manifestándose tarde o temprano. Son productos que contienen una diabólica combinación de 50/50 de grasas y azúcares -inédita en la naturaleza- y en muchos casos cargados de aditivos nada beneficiosos parta la salud.
Así que la respuesta no puede estar -al menos exclusivamente- en el hogar. Ha de estar en la escuela. Es aquí donde a los niños se les puede poner frente al vínculo que existe entre el tomate que acaba en un plato y su origen en la tierra -no en un lineal-; o entre tomates, cebollas y pimientos y esa salsa de tomate que hace tan deliciosos esos macarrones que tanto les gustan. Es decir, frente al hecho y las consecuencias de cocinar. Hay que explicarles por qué es mejor comer verduras, pero también enseñarles a lograr que tengan buen sabor, y a que comprendan por qué es mejor tomar frutas de diferentes colores… o que es muy malo tomar bebidas azucaradas. Cuando los niños comprenden esto y además los preparan con sus manos ¡se los comen! para pasmo de padres y madres. Cuando ellos saben de dónde vienen esos productos y cómo se transforman desaparece como por ensalmo esa inevitable neofobia propia de la edad y con la que todos nacemos.
El escritor y periodista Michael Pollan, relata en su libro ‘cocinar’, que en la Antigua Grecia, la palabra para designar a un ‘cocinero’, a un ‘carnicero’ y a un ‘sacerdote’ era la misma, ‘mageiros’, palabra con las mismas raíces etimológicas que ‘magia’. A los niños siempre les ha gustado la magia. Por eso es tan fácil que les guste cocinar. Lo se, porque he visto sus caras decenas de veces mientras elaboran un plato con sus propias manos. Deberíamos aprovecharlo.