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Pachi Larrosa

El Almirez

De fogones y pupitres

Los contenidos culinarios deberían formar parte de la enseñanza reglada en la escuela, como potentes herramientas pedagógicas que son

 

Muchas mujeres recuerdan hoy todavía el ‘Manual de cocina. Recetario de la la Sección Femenina’. Esta organización de la Falange Española y posteriormente de la Fet de las Jons tenía como propósito «devolver a la mujer española al hogar», según la investigadora Begoña Barrera. Desapareció, a la muerte del dictador, junto con todo el andamiaje del régimen de Franco, y con la eliminación de la educación de género desaparecieron los contenidos de cocina en la escuela que estaban dirigidos exclusivamente para ellas. Hay quien se pregunta si no hubiera sido mejor hacer lo contrario, es decir, haber extendido al educación culinaria a los hombres. De hecho, alguien tan alejado de nuestra historia reciente como el malogrado chef estadounidense Anthony Bourdain, en su libro publicado póstumamente, ‘Crudo’, afirma que se cometió un error histórico cuando, como consecuencia de la reacción de las mujeres a su sometimiento en exclusiva a la enseñanza de asignaturas como ‘Economía Doméstica’, se canceló la formación reglada en cocina. En realidad, lo que debería haberse hecho es incorporar a los hombres también a este tipo de enseñanzas.
Y es que en el mundo en el que vivimos dejar en exclusiva en manos del entorno del hogar, de la familia, la educación de los más pequeños en temas tan vitales para su futuro como la adquisición de las habilidades y los recursos necesarios para mantenerse sanos a través de una alimentación equilibrada (algo muy difícil de lograr, si no se sabe cocinar), es una pretensión condenada al fracaso. Siempre ha sido el mundo culinario una herramienta pedagógica de alto valor en la tarea de inspirar en los niños hábitos de vida saludables, el respeto por los demás, la ruptura de roles sociales perversos y el aprecio del trabajo en equipo. Además, la difusión de estos contenidos con la participación infantil promueve la realización en común de tareas en el hogar de los distintos miembros de la unidad familiar y favorece el desarrollo en las denominadas ‘habilidades blandas’ -empatía, tolerancia, resiliencia, inteligencia emocional, creatividad…
Es decir, se trata de contemplar este tipo de contenidos en Primaria y Secundaria desde una perspectiva amplia. Porque, a través de la cocina –un mundo en estos momentos muy atractivo para los niños gracias a la popularización de programas televisivos de gran audiencia– se puede poner en contacto a los críos con alimentos saludables, propiciando su manipulación y la percepción de texturas, aromas y sabores, iniciándoles en las relaciones entre los productos naturales y lo que se encuentran en el plato, descubriendo sus orígenes y revelándoles el gran misterio: que la leche, los rábanos o los boquerones no nacen en los lineales del súper. Se trata también de vincular la cocina y la alimentación con una experiencia lúdica, divertida, cercana y creativa potenciando el interés por la cocina, algo que añadirá bagaje a su futuro como personas autónomas. Se trata de propiciar el desarrollo de las llamadas ‘actividades blandas’: empatía, tolerancia, creatividad, trabajo en equipo, y de poner en valor, para los niños y sus padres, valores como la seguridad e higiene alimentarias, la importancia de una alimentación equilibrada, el peligro del abuso de comidas preparadas y alimentos procesados y otros malos usos alimenticios, así como el rechazo a roles de género en relación con las tareas del hogar, específicamente, la cocina y la toma de conciencia de valores medioambientales como el despilfarro de recursos o la sobreexplotación de especies.
Pero es que, además, los de cocina son contenidos pedagógicos transversales. A través de ella a los chavales se les puede instruir en matemáticas –pesos, medidas, volúmenes, dimensiones–, geografía, historia –en la historia de un trozo de pan está la historia entera de la humanidad–, economía y, cómo no, física y química. Cuando cocinamos troceamos, rallamos, cortamos, estrujamos, trituramos… y, desde luego, sometemos a cuerpos físicos a numerosos procesos químicos que pueden ser evidenciados de forma muy sencilla y reveladora. Por fin, volviendo al recuerdo de la Sección Femenina –dicho sea de paso, su recetario es magnífico, todo un compendio de la cocina popular española de aquellos años– el trabajo en contenidos de cocina es una buena manera de acabar con roles de género en relación con las tareas del hogar.
Y estamos hablando de enseñanza reglada, no de uno o dos talleres de vez en cuando, o de una ‘maría’ sin peso en el curso escolar. Pero para eso, claro está, muchas voluntades –políticas, claro– deberían concertarse, y no parece que sean estos tiempos de concertación.

 

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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