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Pachi Larrosa

El Almirez

La brecha alimentaria

Al tiempo que se incrementa el consumo de alimentos procesados sube también la compra de productos frescos, en una paradoja aparente

 

 

 

Dicen las estadísticas sobre los hábitos alimentarios de los murcianos que el consumo de platos preparados se ha duplicado en la Región en los últimos 20 años. Y dicen también que en ese mismo periodo, el consumo de azúcar cayó un 40%… al menos hasta que llegó la pandemia. En 2019 consumíamos apenas 2,7 kilos ‘per cápita’ al año. Tras el confinamiento, ese consumo creció la friolera de un 43%. Y es que encerrados entre las cuatro paredes de nuestros hogares, los murcianos, como otros españoles, nos lanzamos al bizcocho como si no hubiera un mañana.
Claro que aquí, el gran problema es que los estudios –en este caso, los informes del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación– solo contabilizan el azúcar que añadimos a nuestros platos, el procedente del azucarero. Estimar la cantidad de azúcares añadidos que ingiere la población a través de la comida industrializada, los llamados alimentos ultraprocesados es una tarea imposible. Y es ese azúcar el realmente dañino, el que provoca obesidad con sus consiguientes secuelas de enfermedades cardiovasculares. Un problema espe- cialmente acuciante en nuestra región donde las tasas de sobrepeso y obesidad infantil andan por el 40%. Hoy sabemos que un niño de 12 años ha consumido más azúcar que su abuelo en toda su vida. Y este impresionante dato viene a explicar la estadística sobre el incremento del consumo de platos preparados en las últimas dos décadas. Nuestros abuelos no consumían apenas azúcar porque no existían los platos preparados ni los alimentos ultraprocesados. Por necesidad o por hábitos ellos sí que seguían una dieta cercana a la mediterránea. Aunque el desarrollo de la alimentación industrializada arrancó en Estados Unidos a finales del s XIX, en España una industria relevante en este campo no se estableció de manera generalizada hasta el último cuarto del siglo XX. Una vez instalada, los cambios sociales procedentes del crecimiento económico, la progresiva urbanización de la sociedad, el ingreso de la mujer en el mercado laboral y la aceleración de la vida cotidiana como consecuencia de la revolución digital provocaron giros radicales en nuestra forma de alimentarnos: abandono de la acción de cocinar, ruptura de los ritmos establecidos tradicionalmente por los horarios ritualizados de las comidas en familia, y uso masivo de los alimentos procesados industrialmente.
Sin embargo, otras corrientes que ya circulaban en sentido contrario empezaron a acelerarse también tras la pandemia: aquellas que apelan a una alimentación saludable y sostenible: de hecho, según esos mismos informes ministeriales, los murcianos incrementaron nada menos que un 256% la ingesta de pescado fresco; un 43,1% de frutas y un 13% de hortalizas. Esta aparente paradoja no es tal. Ambas corrientes coexisten y su simultaneidad se corresponde cada vez más con una especie de brecha alimentaria que tiene que ver con la capacidad adquisitiva de los murcianos. Los alimentos ultraprocesados –y la comida rápida– son perjudiciales para la salud si se consumen habitualmente, pero son baratos, accesibles y ahorran tiempo y energía: no usamos la misma cantidad de energía –electricidad o gas– para calentar una salsa de tomate en el microondas que para cocinarla desde cero durante una hora, y tal y como están los precios en estos momentos, ese ahorro es muy relevante para muchas familias. Con una visita a un búrguer, el niño ha comido por bastante menos dinero que el necesario para una comida saludable en casa, contabilizando producto, energía necesaria, tiempo de dedicación… La consecuencia es que, finalmente, son los sectores de población más desfavorecidos quienes tiran de ultraprocesados, bollería industrial y comida rápida. Esto se corresponde con el hecho de que son los sectores ilustrados y, por tanto, más conscientes e informados, los que se apuntan a la comida saludable, a los productos ecológicos. Se produce así una ‘brecha alimentaria’ que es un calco de la brecha socioeconómica cada vez más grande que se abre en la sociedad murciana y española. Estamos viviendo tiempos de la ‘obesidad de la pobreza’, que nada tiene que ver con la ‘obesidad de la opulencia’. Significativamente, según un estudio de la Fundación Mapfre sobre hábitos de compra «parece haber una mayor preocupación por los precios en aquellas personas con obesidad», que sin embargo, muestra «menor interés en leer las etiquetas de los productos».
Vivimos en un país con más de seis millones de conciudadanos que sufren pobreza alimentaria por falta de recursos; en Murcia, el 34,7% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social, y un 6,5% sufre pobreza severa, una brecha alimentaria que se ensancha. Estas son las estadísticas realmente relevantes.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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