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Pachi Larrosa

El Almirez

Placer solitario

Ya no resulta extraña la figura de alguien comiendo solo en un restaurante, una tendencia en alza a la que los restaurantes de están amoldando


La comida dejó de tener una función exclusivamente nutricional a partir del momento en el que el hombre -más específicamente el ‘homo erectus’- descubrió el fuego, hace ahora 1,6 millones de años, minuto arriba, minuto abajo. Desde ese momento, surgió el hogar, el lugar donde ardía la llama que proporcionaba luz, calor y transformación de los recursos obtenidos de la caza y la recolección en alimentos, más digeribles y sabrosos, y el punto de encuentro alrededor del que se fijaron los momentos del día para comer en comunidad. Desde esos albores, la comida siempre ha tenido una condición de experiencia social.
Quizá por eso siempre resultó extraña y objeto de especulación la visión de una persona comiendo sola en un restaurante. «Pobre hombre, está solo»; «es un raro»; o, más alarmante: «cuidado, seguro que es un crítico de alguna guía gastronómica». O sea, jubilado, soltero, misántropo o inspector de la guía Michelín. El caso es que cada vez más personas acuden a comer solas a los restaurantes. Hasta el punto de que muchos de los establecimientos están cambiando la configuración de sus salas, con pequeñas mesas reservadas para estos comensales, algo que en la restauración tradicional era insólito. Estaba bien visto que alguien se sentara a comer solo en una barra, invento murciano, por cierto –del gran Raimundo González– para satisfacer a aquellos hombres –¡siempre!– que en verano se quedaban en la capital trabajando mientras sus familias residían en ‘la casa de la playa’. De esta manera, se evitaba que una sola persona ocupara una mesa generalmente dispuesta para cuatro o más comensales y se libraba al solitario de la ‘incomodidad’ de comer consigo mismo públicamente.
Otro cambio importante que ha facilitado la vida al comensal solitario ha sido la universalización de las tecnologías de la información y los teléfonos móviles. En la sociedad predigital, el ‘single’ tenía dos opciones. O esperaba la comanda y comía mirando al plato o a su entorno, lo que proporcionaba a su figura un aspecto más ‘sospechoso’ si cabe, o leía un periódico –para mí siempre ha sido un placer comer solo con uno de estos artefactos en vías de extinción–. Pero los terminales inteligentes han venido a solucionar esta situación.
El cambio en el modelo familiar con la superación del modelo tradicional –la llamada familia nuclear– de una pareja heterosexual con hijos- y la aparición de otros como la monoparental, unipersonal, de separados, los llamados ‘singles’ y otras fórmulas han diversificado los modos de consumo de bienes y servicios. De hecho todo tipo de empresas han adaptado su oferta a las necesidades de este tipo de personas y, así, la gran distribución ha cambiado formatos de productos alimentarios con raciones unipersonales, inexistentes no hace mucho. Sea como fuere, esta sociedad acelerada e hiperconectada está produciendo más personas solitarias que nunca y los grandes restaurantes se han ido adaptando también a esta realidad. Una de esas adaptaciones tiene que ver con la posibilidad de tomar vino pagando por copas, en lugar de por una botella entera, algo hoy muy habitual, que no lo era tanto hace unos años. También son relativamente recientes las mesas largas, pensadas para resolver el problema de espacio que pueden provocar las reservas unipersonales; la aparición en las cartas de medias raciones lo que permite probar más especialidades del restaurante, y la posibilidad ahora regulada por ley como obligación para los restauradores de que faciliten los medios para que el comensal se pueda llevar a su casa las sobras que, con unos sencillos pasos de regeneración y microondas al canto, resolverán una comida o cena en el domicilio. En ‘Gastrofísca’, el catedrático de Psicología Experimental de Oxford Charles Spence relata que el chef ejecutivo de un restaurante estadounidense de alta cocina fue contratado por la propiedad con el único objetivo de que incrementara las reservas para uno, y refiere que existe un restaurante que solo tienen en su sala mesas individuales… que tiene una lista de espera de un año.
Si, los solitarios, los onanistas gastronómicos empiezan a ser multitud, y las empresas de restauración han detectado esta tendencia y se están moviendo para convertirla en un nicho de oportunidad. Ya no resulta extraña la figura de una persona –hombre o. mujer– comiendo sola en un restaurante, fundamentalmente porque ya se considera como una opción personal. Y recordemos que entre los beneficios que los expertos asignan al placer solitario están la reducción del estrés, la liberación de tensiones, la estimulación de la concentración y la mejora del estado de ánimo. Pues eso.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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