Aunque en Londres se come muy bien, si uno lo puede pagar, los británicos que visitan la Región dan una idea más real de cómo se alimentan
El escenario, la terraza del restaurante de un resort de golf, de esos que jalonan algunas zonas de la Región. Protagonistas, cuatro fornidos británicos de mediana edad, seguramente catapultados desde los brumosos aeropuertos londinenses, sentados a una mesa dispuestos a… ¿comer? Llega el camarero con el ‘pedido’: dos boles con patatas fritas, sobres de mostaza y ketchup, minitarrinas de mantequilla, pan, un ‘convoy’ de aceite y vinagre de Módena y las bebidas: dos cervezas, una cocacola y un te. Esto lo pide usted en un bar en el centro de Murcia y le señalan el cartel de ‘Se reserva el derecho de admisión’. Pero en este contexto están acostumbrados y ellos son los que pagan. Poco, eso sí, porque mucha caja no va a hacer el restaurante con pedidos semejantes. Y es que hay quien dice que muchos ingleses tienen algo de … escoceses. Y aquí viene el ‘flash’ definitivo. Abren el pan, lo untan con mantequilla, meten dentro patatas fritas, las bañan con el ketchup y unas gotas de vinagre, lo cierran y se meten… ¡un bocadillo de patatas fritas! Dijo un inglés que para comer bien en Inglaterra, había que desayunar tres veces al día. Claro que semejante bomba calórica nos podría llevar al otro barrio (patatas fritas –‘again’– huevos fritos, alubias, bacon frito.., 8.000 calorías para el cuerpo en el desayuno. Hay quien sostiene que todo esto tiene que ver con el hecho de que la Segunda Guerra Mundial y el estricto racionamiento que continuó durante la siguiente década provocó que toda una generación creciese sin acceso a muchos ingredientes que antes eran comunes, y que muchos productos y preparaciones tradicionales desaparecieron para siempre. Sirva como ejemplo el ‘fish and chips’, la comida callejera preferida por la clase trabajadora, que durante un tiempo se libró del racionamiento al estimar el Gobierno británico que tal medida minaría la moral de la ciudadanía. Cuando ya no hubo más remedio, se inventaron un falso pescado que contenía margarina y algo de anchoa. Se achaca a estas políticas de racionamiento y austeridad aplicadas por los gobiernos británicos durante las guerras (y subsiguientes postguerras) del siglo XX la poca relevancia de la gastronomía británica actual y el modo de comer del ciudadano medio. Pues será eso.
Es el caso que Inglaterra –un lugar donde los hornos se miden no por pulgadas sino por el máximo peso en libras del pavo que pueden cocinar– está entre los países más obesos de la Unión Europea (aún sirven estadísticas de este tipo, Brexit mediante), lo que no es de extrañar: a semejantes desayunos se une la poca disponibilidad (por su precio) de productos frescos y una costumbre muy extendida del uso de productos y salsas industriales. Es curioso el caso de un cocinero que defiende a machamartillo lo natural en la cocina como Jamie Oliver (además de soliviantar a los valencianos con sus interpretaciones de la ‘paela’) pero siempre utiliza en sus programas de televisión un amplio bagaje de latas, paquetes, preparados y salsas industriales en sus platos, muchos de ellos con reminiscencias al antiguo –y al parecer, añorado– imperio. Como asevera Fernando Olalquiaga en un desternillante artículo, «no son descabelladas las hipótesis que sostienen, apoyadas en sólidas bases documentales, que el verdadero propósito de la Armada Invencible era evitar mediante la conquista de Inglaterra la expansión por todo el orbe de la costumbre de impregnar cualquier alimento de salsa Perrins».
Naturalmente, no estamos hablando de las élites, que, como en todas partes, saben (y pueden) cuidarse. Londres es un templo de la gastronomía internacional. Solo por hablar de los españoles, ahí está Quique Dacosta con su Arros Q D, pegadito al Soho, haciendo arroces muy cerca de la brumosa orilla del Támesis. En el corazón del West End reina Eneko Atxa, con sus tres estrellas; desde los 90, el extremeño José Pizarro, alterna la atención a sus dos locales con la publicación de libros y frecuentes numerosas en la BBC y Chanel 4; David Muñoz crea polémica (cómo no) con su StreetXO, y Nacho Manzano lleva años acercando la nueva cocina asturiana a través de sus cinco locales en Londres y otros tres en otras ciudades británicas. Elena Arzak, Albert Adriá, Marcos Morán… son también nombres bien conocidos por los foodies ingleses. Y desde Murcia, nuestro Cayetano Gómez, chef de los salones Promenade, viaja con frecuencia a la capital británica para asesorar sobre cocina española contemporánea a los exclusivos restaurantes del Royal Automobile Club, uno de los clubs privados más importantes del mundo. Pero lo dicho, estas son las élites, que no suelen estar obesas, porque la obesidad de hoy es una enfermedad de la pobreza, no de la opulencia.
De hecho, algunos de los mejores restaurantes de la Región se nutren en parte de comensales británicos de alta capacidad adquisitiva. Porque todavía hay clases. Y más en Inglaterra.