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Juan José Ríos

La i de innovación

¿Y tú me lo preguntas? El Estado soy yo

“La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo” (Montesquieu)

Ya en los albores de nuestra civilización, Plutarco, Platón, Aristóteles o Cicerón opinaban que los políticos deberían ser personas ejemplares, veraces, honradas, transparentes  y expertas para velar con eficacia por el bienestar de los ciudadanos. Y por supuesto, ser fieles observantes de las leyes vigentes.

Justo los valores opuestos que se le atribuían a  Alcibíades , un caudillo ateniense (450-404 A.C.), discípulo de Sócrates, con fama de arrogante, ambicioso, desleal, ególatra y carente de principios morales, acusado por historiadores tan rigurosos como Tucídides de actuar siempre buscando su propio beneficio, por encima de los intereses colectivos.

Este controvertido personaje es recordado sobre todo por un detalle anecdótico: en un momento determinado, agobiado por las críticas a su gobierno, decidió cortarle la cola al imponente mastín con el que se exhibía por las plazas de Atenas, ataviado con su llamativa túnica color púrpura. De esta forma, consiguió desviar la atención de los ciudadanos, enfrascados por un tiempo en hablar de un asunto tan banal como era el del “perro de Alcibíades”. Fue, sin duda, un adelantado a su tiempo en las maniobras de distracción de la opinión pública, tan habituales en nuestros días.

Para Aristóteles, por oposición a la democracia, la tiranía es el sistema político propio de un gobierno que no respeta las leyesMaquiavelo,  considerado el padre de la ciencia política moderna, señaló,  ya en el siglo XVI,  anticipando la figura del actual salvapatrias , que los tiranos necesitaban crear un clan de colaboradores interesados, controlar la justicia,  conseguir una masa de fanáticos seguidores y reprimir a los disidentes.

Un príncipe déspota, por tanto, debía sentirse con el derecho de utilizar cualquier recurso, aunque fuera inmoral o violento, para mantenerse en el poder, incluso mentir sin escrúpulos si fuera necesario (“el fin justifica los medios”). De ahí el calificativo peyorativo de “maquiavélico” aplicable a una persona sin principios sólidos  para la que todo vale con tal de conseguir sus fines.

En el siglo XVII, el rey Jacobo I consiguió unificar los reinos de Inglaterra y Escocia, pero su concepción absolutista del poder le llevó a enfrentarse a los magistrados que pretendían controlarlo. Para este monarca, amante del lujo a costa de la consiguiente subida de impuestos a sus súbditos para financiar sus caprichos, nada ni nadie debería cuestionar sus decisiones y los jueces debían limitarse a ser “leones bajo su trono”.  

Otro tanto podría decirse del Rey Sol, Luis XIV de Francia (1643-1715),  al que se le atribuye la lapidaria frase: “El Estado soy yo” para remarcar que la lealtad, la ética o el respeto a las leyes no podían ser un freno para el ejercicio de su autoridad omnímoda, emanada directamente de Dios.

Que quien posee el poder tiene tendencia a abusar de él es una verdad eterna. Tienden a llegar hasta donde las barreras se lo permiten.

Saltando en el tiempo, para el comunista Stalin (se le imputan 20 millones de muertos), uno de los dictadores más crueles de la historia, junto a Hitler,  las  palabras, los mensajes, la propaganda en suma,  eran más importantes que el acero para la producción de tanques. El adoctrinamiento es vital para los sistemas totalitarios. Por eso consideraba a los escritores del régimen como ingenieros del alma  y  a la educación “como un arma cuyo efecto depende de quién la tenga en sus manos y de a quién apunte”.

Llegados a este punto quiero rescatar las ejemplares palabras de D. Manuel Azaña, el intelectual Presidente de la República, llenas de patriotismo, de moderación y de amor a la libertad por encima de sectarismos destructivos, que fueron pronunciadas en 1938, en pleno auge de la nefasta guerra civil que tantas vidas de hermanos supuso, cuando tenía todos los motivos para lanzar un discurso incendiario:

“A pesar de todo lo que se hace para destruirla, España subsiste. En mi propósito y para fines mucho más importantes, España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego. (…). Hablo para todos, incluso para los que no quieren oír lo que se les dice, incluso para los que por distintos motivos contrapuestos lo aborrecen (…) Al cabo de los años en que todos mis pensamientos políticos, como los vuestros, todos mis sentimientos de republicano, como los vuestros, y en que mis ilusiones de patriotas, también como las vuestras, se han visto pisoteados y destrozados por una obra atroz, no voy a convertirme en lo que nunca he  sido: un banderizo obtuso, fanático y cerril”.

Afortunadamente en España se produjo una modélica transición de la larga dictadura de Franco al actual régimen democrático. La pregunta es: ¿puede una democracia degenerar en una tiranía en pleno siglo XXI? El politólogo francés Raymond Aron nos prevenía: “El despotismo se ha establecido a nombre de la libertad con tanta frecuencia que la experiencia nos dice que debemos juzgar a las personas por lo que hacen  y no por lo que dicen”.

“Los enemigos de la libertad cambian, pero no desaparecen” decía Hannah Arendt. Hugo Chávez es un claro ejemplo de que una democracia puede involucionar a una dictadura sin recurrir a la violencia, aunque Chávez, como comandante de las fuerzas armadas intentó dar un golpe de Estado a la “antigua usanza”. Aprovechando los propios mecanismos democráticos, este militar golpista que estuvo en prisión,  pudo ser elegido como Presidente de Venezuela, lo que demuestra que para un dictador, tanto de ultraderecha como de ultraizquierda como es el caso,   no es tan importante el medio para llegar al poder sino como aferrarse a él una vez alcanzado.

Y ya sabemos cómo se hacen estas cosas: eliminando la separación de poderes,  conculcando leyes, adoctrinando,  dividiendo a los ciudadanos, demonizando a la oposición, creando redes clientelares, exacerbando el nepotismo y el asistencialismo (para Plutarco, el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquél que le reparte regalos y beneficios),  estatalizando empresas,  controlando la justicia, colonizando las instituciones, estableciendo un relato oficial y atentando contra la libertad de prensa, puntos  que se encierran en las conocidas 3 pes de Moisés Naím: populismo, polarización y posverdad, conceptos que se realimentan mutuamente

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¿Quién duda que Cataluña se ha hecho rica por España y con España? ¿Quién duda que para hacerse rica, ha habido necesidad de concederla (sic) en las leyes ciertos privilegios, que le han dado ventajas sobre sus hermanas, las demás provincias de España?” (Sagasta, en su discurso ante las Cortes en 1901) 
La Filosofía y las Matemáticas pueden contribuir a mejorar la democracia y luchar contra el sectarismo.

 

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Sobre el autor

Si tuviera que definirme en pocas palabras diría que me considero catalizador, promotor de cambios. Dentro de un espíritu inquieto y de sana rebeldía, me gusta definir las actuaciones dentro de un marco que las dote de coherencia. Me importa mucho el entendimiento personal. Mi mundo, hasta los 26 años, se ceñía exclusivamente al ámbito educativo. Estudié Matemáticas y la salida inmediata era la enseñanza. Nunca pensé que podría dedicarme a algo diferente. Me tocó vivir la eclosión de los ordenadores personales de la década de los 80. Empezaron a dotarse los centros educativos de PC ́s. Fui uno de los profesores de Informática de este primera ola. En esta época, junto a un amigo, adquirí mi primer ordenador personal (carísimo) para uso empresarial. Empecé a conocer el mundo de la empresa. En la década de los 90, me cautivó el Informe Bangemann, como marco inspirador de la Sociedad de la Información. De la mano de Juan Bernal, Consejero de Economía y Hacienda, fui Director General de Informática de la Comunidad de Murcia. Fue una etapa apasionante y creativa donde abordamos proyectos como la Red Corporativa de Banda Ancha, la adaptación al euro y el año 2000, la implantación de SAP o la realización de uno de los primeros proyectos de ciudad digital de nuestro país (Ciezanet). Compaginé, durante muchos años, la docencia con el desempeño de puestos de responsabilidad en empresas regionales del sector TIC. En 2009, como profesor, puse en marcha un proyecto innovador cuyo objetivo fundamental era comprometer a los padres en la mejora del rendimiento educativo de sus hijos (proyecto COMPAH). Empecé a familiarizarme con el mundo 2.0 y a emplear estos recursos en mis clases. Como admirador de Morris Kline, soy un amante de las aplicaciones de las Matemáticas al mundo real como elemento motivador de su estudio por parte de los alumnos. Mi primer contacto con las metodologías de la innovación (Design Thinking) se produjo en 2010, de la mano de un consultor, Xavi Camps, que me hizo ver que la creatividad y la innovación son la base de la prosperidad de las organizaciones y que estos atributos se pueden entrenar y perfeccionar. Desde entonces, soy un apasionado de la innovación como concepto transversal. Creo profundamente en la innovación pública. Las instituciones no pueden seguir funcionando casi como en el siglo XIX. Deben transformarse, en el contexto del paradigma de Gobierno Abierto, para convertirse en organizaciones centradas en los ciudadanos, transparentes, sostenibles, eficientes, ligeras y facilitadoras de la actividad empresarial y de la creación de empleo de la mano de iniciativas como el Open Data. Como ciudadano me preocupa especialmente la sostenibilidad de la sanidad pública, y de las pensiones, ahora que voy viendo cada vez más de cerca la edad de la jubilación. No sé contar chistes pero me divierte el humor surrealista y los juegos de palabras, que a menudo sufren familiares y amigos. He trabajado como asesor de innovación en la CARM (2012-2016). Actualmente he vuelto a mis clases en el IES Alfonso X El Sabio, soy Director Adjunto de la Cátedra Internacional de Innovación de la UCAM y participo en un proyecto empresarial.


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