A lo largo de la historia queda constancia del valor de la música para expresar ideas o sentimientos como ninguna otra disciplina es capaz de hacerlo. El ingenio compositivo de Dmitri Shostakovich (San Petesburgo, 1906 – Moscú ,1975), lo convierte en uno de los grandes músicos soviéticos de personalidad tan variable que le permite mostrar caras distintas frente al totalitarismo estaliniano que asola su patria.
Hay que recordar que en 1923 se funda la Asociación Rusa de Músicos Proletarios con la pretensión de preservar toda música comprensible para la clase obrera en detrimento de las ideas más modernas. Stalin se muestra muy del gusto de las canciones patrióticas basadas en armonías tradicionales y melodías agradables y sencillas. La concepción musical de Dmitri es muy distinta y por ello, este organismo en 1929 critica duramente La nariz, su primera ópera.
Siete años más tarde, con motivo de la representación de otra ópera titulada Lady Macbeth de Mtsensk, el diario estatal Pravda publica comentarios negativos tan contundentes que consigue la retirada definitiva de la obra.
Hace unos días, en Ababol, el suplemento cultural de La Verdad fantásticamente coordinado por el periodista Manuel Madrid, preguntaba a un seleccionado grupo de agitadores culturales de nuestra región sobre cuál era la película de su vida. La experta en Literatura, Consuelo Mengual nos proponía la producción rusa Cuando pasan las cigüeñas, dirigida en 1958 por Letyat Zhuravlí, por ser “una exquisita expresión poética y fotográfica de […] lo que no se podía prever: el cambio de la vida, el arrebato de lo que se ama”, para a continuación plantearnos la pregunta sobre si se puede elegir si las circunstancias nos superan mientras las contemplamos casi hipnotizados.
Es muy posible que Shostakovich tenga que vivir y sobrevivir un tanto hipnotizado en un régimen político que, desde el punto de vista social y musical, le supone un auténtico martirio ante la incomprensión de su concepto artístico y sobre todo la desaparición de numerosos amigos. En esta situación, el compositor introduce mensajes ocultos de críticas al régimen en sus producción sinfónica, aún sabiendo que sólo podrán ser descifrados en el futuro, ya que en ese momento son de difícil comprensión para el público general.
A pesar de ello, las ideas escondidas de Dmitri no pasan desapercibidas para las autoridades y la crítica, dado que las envuelve en llamativas disonancias armónicas que lo convierten en un visible y audible disidente musical. Afortunadamente, su ingenio y astucia le permiten esquivar estos envites con la escritura de cuartetos para cuerdas en los que sus desavenencias son más indescifrables para sus adversarios.
Durante el otoño de 1941, afectado por este clima inhóspito e inspirado en salmos de Igor Stravinsky, Shostakovich comienza la composición de la Séptima sinfonía. La tiranía de Stalin trae a Leningrado el terror, la esclavitud y la decadencia moral que poco a poco diezma su círculo de amigos.
(continuará)