Como sucede en muchos ámbitos de la vida pública, el mundo de la política, a falta de materia gris, rebosa materia oscura. Sucede como cuando se observa el cosmos con telescopios, que solo vemos el 10% de lo que existe. El resto está y sucede, pero es opaco y resulta invisible. De ahí la tendencia general a ver conspiraciones, estrategias ocultas y segundas intenciones detrás de todo. A ello se suma en algunos lugares una querencia irrefrenable por el chisme. Cuanto más extravagante y alambicado más éxito tiene en los cenáculos. No se me olvida la frase de un músico local, entrevistado hace algunos años por el periódico: «Si cada rumor fuera un tumor, Murcia estaría muerta». Ya se pueden imaginar que, en la antesala de las citas electorales, la proliferación de cábalas y quinielas en las tertulias sobre quién será el candidato del partido mayoritario está siendo mayúscula. Lo curioso es que detrás de estas decisiones políticas no suele haber reflexiones profundas, sino personalismos e improvisaciones de última hora que generalmente suelen complicarse porque nunca hay planes alternativos. Todo es más básico y mundano de lo que pensamos. Más allá de que el elegido sea Pedro Antonio Sánchez, Alberto Garre o un tercero, lo relevante del proceso seguido por el PP es que está poniendo de manifiesto su corto banquillo y su radical alejamiento de las pautas que otros partidos en España y fuera de ella siguen para elegir a sus cabezas de cartel, donde los aspirantes contrastan sus propuestas de forma pública, no siempre necesariamente a través de elecciones primarias. Sabemos de las aspiraciones de Sánchez y Garre por encabezar la lista autonómica, pero en cuanto alguno hace amago, se postula o habla más de la cuenta recibe un zapatazo del bando contrario. Perpetuar el procedimiento del ‘dedazo’ y la falta total de transparencia del debate interno solo contribuye a acrecentar el desafecto ciudadano y la rumorología. Como todas las organizaciones sociales, los partidos políticos necesitan de una estructura jerárquica para ser operativa, pero eso no está reñido con un funcionamiento participativo en la toma de decisiones relevantes, como la elección de sus líderes. A la postre, el signo de los tiempos lo marcan los ciudadanos y así lo han sabido ver las organizaciones empresariales y los sindicatos. Sea quien sea el designado del PP, se habrá decidido no solo a espaldas de toda su militancia y la mayoría de sus dirigentes, sino también de la opinión pública, lo que es legítimo pero incomprensible a la vez. Si lo que se quería era no proyectar imagen de división me temo que no se ha logrado: las patadas intercambiadas bajo la mesa durante este mes dejan marcas visibles. Para colmo, todo el proceso de designación se ve enredado por procedimientos judiciales que afectan a buena parte de los principales dirigentes del PP, alguno de ellos dando muestras de una falta de ejemplaridad que asusta. Al final puede que tenga que ser Madrid quien decidida por los populares murcianos.