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Andrea Tovar

Querido millennial

Y fueron felices, con o sin perdices

Vía Tumblr (fuente @has)

Vía Tumblr (fuente @has)

Se quejaba el otro día un anciano en una cafetería de que la Meghan era mayor, divorciada y mulata. La llamaba «la negra» y a Harry lo apodaba «el pelirrojo».

—Los tiempos están cambiando, señor —le dije—. Por suerte.

La boda fue muy Disney, pero con una vuelta de tuerca: el paseíllo sola en guiño feminista, patatín, patatán. El hijo díscolo de Di parece haber encontrado a su media langosta. Y nosotros que nos alegramos por el pelirrojo.

No es esto lo que me interesa realmente, sino que encuentren su happy ending en unas condiciones que al hombre mayor del bar le rechinan.

Vivimos un cambio de paradigma total en el que las transiciones están siendo algo abruptas. Si miras a una parte de la sociedad, encuentras la reproducción del modelo clásico. Las chicas se ponen las pilas para casarse poco después de los veinticinco con el novio longevo y quedarse embarazadas antes de los treinta. En esos casos, el amor juvenil triunfa.

El sueño de cualquier princesa: unir su destino al del príncipe. Mientras se mantienen el uno al otro la mirada de caramelo en el altar, se imaginan juntos en el lecho de muerte y sienten una dicha inenarrable. Yo lloro como una magdalena, tanto que una vez el padrino de la boda tuvo que darse la vuelta y preguntarme si estaba bien o qué.

Me salí de la iglesia, claro. No podía reprimir los hipidos y estaba dando el espectáculo. Una, que es romántica a pesar de todo.

Sin embargo, la otra parte de la población está avanzando hacia un futuro incierto. En este sector imperan las aplicaciones y las citas, hay poca naturalidad y mucha estratagema. Da igual que seas viuda, divorciada, separada, soltera, que tengas cincuenta, cuarenta o treinta años, por lo visto. Después de hablar con ejemplares de cada una de ellas, he llegado a la conclusión de que está ocurriendo un fenómeno aterrador en las calles. Léase:

El chico empieza fuerte. Mucho interés. Bombardea Whatsapps. Llama. Propone.

La chica recela. Frena un poco. Luego empieza a ilusionarse. Intima. Le corresponde.

El chico desaparece.

Cae el telón.

El chico no desaparece de golpe, sino que va reduciendo el contacto con excusas baratas, sigue alegando motivos extraños cuando la chica decide preguntar el porqué de su cambio, mantiene su diplomacia intacta en todo momento, es educadísimo, educadísimo, le desea lo mejor, la trata de pronto como si fuera una lisiada enamorada hasta las trancas de él. Y ella se queda con la poker face.

Vía Tumblr (fuente @janedoherty666)

Vía Tumblr (fuente @janedoherty666)

Este subtipo de técnica del desgaste está llevando a la desesperación colectiva de cientos de mujeres de cualquier edad y estado civil; aunque aviso de que también he oído casos de hombres desquiciados. Por eso algunas -barra os, supongo- vuelven la cabeza hacia Meghan y les tiembla la barbilla frenéticamente. No porque ansíen casarse –y menos formar parte de una familia real rígida y aburrida, con perdón-, sino porque ella puede permitirse esa mirada de caramelo en mitad del desastre colectivo.

Lo importante no es casarse o no. Ya no es más loable aguantar y aguantar en un matrimonio sin sentido. Las edades están caducando antes de que el reloj biológico nos elimine. Disney está digievolucionando, para entendernos.

Lo importante es encontrar a esa persona que haga tus ojos chiribitas, y no conformarse con menos.

El amor adolescente, el primero, ese que algunos tienen la suerte de perpetuar hasta el final, es el que hace que entiendas por fin las canciones pop de amor. Eso decía Ben Brooks el pasado martes en el Festival de Poesía de Barcelona –en ese momento me planteé secuestrar al fofisano tatuado, mi autor prefe, y esposarlo y sposarlo, las dos cosas-. Retienes en la pituitaria el rastro del perfume de esa persona, y aun hoy te das la vuelta por la calle cuando una ráfaga desconocida te la recuerda.

Con todo, seguía Brooks, el amor adulto es otra cosa. Algo que tiene más que ver con conocer de verdad, al máximo de lo posible y sin exigencias, a tu pareja. Dejarle espacio para crecer y acompañar en el camino, y viceversa. El amor maduro se parece a eso de hacerle a alguien la vida más bonita. O sea, complementar, sumar, añadir.

Cuando hablamos de estas cosas, mis amigos solteros y yo nos planteamos a menudo si es posible incidir en la vida de alguien sin restarle cosas. ¿El sacrificio es parte innegable de una ecuación conjunta? Quizá esa sea la clave de que algunas parejas funcionen mejor cuando cuentan con una trayectoria de años y años: al crecer a la par, van acomodándose al otro sin mayores trabas. Eso sentencian a veces los mayores; que nos vamos a quedar solterones porque tenemos demasiadas exigencias, llegados a este punto. Somos rígidos. Nada maleables.

A veces me pregunto si la gente busca de verdad a otra gente en estos días. A la primera de cambio, damos un salto mortal hacia atrás. Vale que la chispita inicial es necesaria, pero ¿cuándo se han cultivado las mejores relaciones sin algo de interés sostenido en el tiempo? Y si ahora la gente no es capaz ni de terminar de leer este post porque se aburren en dos minutos, ¿cómo podemos esperar que una persona con problemas propios, que hace caca y a veces llora, nos revolucione la vida –un poco, lo justo, no demasiado, no en lo esencial- y encienda la luz del corazoncito y las chiribitas de los ojos?

Meghan tiene suerte con esa mirada de caramelo.

Eso o es una actriz cojonuda.

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