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Pachi Larrosa

El Almirez

Es el azúcar

Cada vez es más difícil mantener unos hábitos alimenticios saludables ante la presión de la industria de los ultraprocesados

El pasado miércoles, 16 de octubre, se celebró el Día Mundial de la Alimentación. La efemérides ha provocado la publicación de numerosas estadísticas, muchas de ellas realmente preocupantes. Si nos centramos en la Región de Murcia, los índices de sobrepeso y obesidad se encuentran entre los más altos del mundo. Especialmente grave es la situación referida a los más pequeños: un 40% de los menores murcianos padecen sobrepeso, el índice más alto del país, según la Encuesta Nacional de Salud en España.
Para conmemorar esta fecha, la Fundación de Estudios Médicos de Molina de Segura celebró uno de sus conocidos ‘Desayunos saludables’, en esta ocasión con los trabajadores de la empresa Sercomosa, dedicada a la prestación de los servicios municipales en la cuarta ciudad de la Región. Y en la charla previa se desmontaron algunos de los ‘mitos’ nutricionales más extendidos sobre esta comida. El primero de ellos, que «el desayuno es la comida más importante del día», un auténtico dislate. Lo importante es una alimentación saludable y equilibrada de la mañana a la noche. Podemos desayunar todo lo saludablemente que queramos, pero si nos metemos a media mañana una ‘puntica’ de a palmo y medio con bacon , en el aperitivo nos trasegamos un par de marineras y por la noche tiramos del cajón de los embutidos para cenar, pues no hemos conseguido nada. Bueno, si, matarnos un poco más rápidamente. Cada comida es importante, cada una debe contener alimentos saludables, ‘comida real’ y en ninguna de ellas deberían caber productos que son pseudocomida, como los ultraprocesados, tan presentes en nuestra dieta.
El segundo mito, repetido incluso durante décadas por las instituciones de salud es el que asegura que «un buen desayuno debe contener una fruta, un lácteo y un cereal». Un consejo nefasto por confuso. Imaginemos un desayuno que cumpla estas condiciones: un zumo de naranja, un yogur azucarado y pan de molde con mermelada. Es difícil encontrar un desayuno menos saludable, cargado de azúcares añadidos, harinas refinadas, grasas saturadas y aditivos.
Y especialmente peligroso es el consumo de zumos de frutas naturales colados, otro gran mito que, además, este afecta especialmente a la infancia. Si. El zumito que exprimimos en casa. La OMS recomienda consumir cinco piezas de fruta y hortalizas al día. Pero esto no quiere decir que consumamos más de una o dos piezas de fruta… entera. Repito, entera, con toda su fibra y vitaminas. ¿Y dónde está la diferencia? Para empezar, la fibra actúa como un mecanismo de seguridad para que no ingiramos de golpe demasiada fruta, mediante la saciedad. Saciedad que desaparece en el caso del zumo. Por otra parte, impide que los azúcares se absorban lentamente por el intestino, con un efecto minimizado en la insulina. Pero es que, además, cada zumo de naranja contiene entre tres o cuatro naranjas, cuyo contenido íntegro en azúcar nos estamos metiendo en 30 segundos. Hay reputados estudios que señalan que los adultos podríamos llegar a engordar de cinco a siete kilos al año si tomamos dos vasos de zumo de naranja (casero o 100% natural) al día a pesar de que mantuviéramos estable nuestra ingesta habitual y nuestros hábitos de ejercicio.
Y aquí viene el mito más importante: «La grasa engorda, es la principal responsable de la epidemia de obesidad». Eso es lo que nos han hecho creer desde los años cincuenta las grandes multinacionales azucareras y la industria de los alimentos ultraprocesados. Es el azúcar ‘invisible’, contenido en todos esos productos baratos, de fácil acceso, cómodos de preparar, tan ricos y tan adictivos el principal responsable. Ese azúcar (y no el del humilde azucarero matinal) es el culpable de todos nuestros males. Al aumentar la glucosa, el páncreas segrega insulina. Esta hormona envía una señal para que el hígado, los músculos y las células de grasa absorban la glucosa. Pero el exceso acaba depositándose en forma de grasa. ¿Y por qué son tan adictivos? Un ingeniero, Howard Moskowich, descubrió hace años lo que denominó el ‘punto de la felicidad’, es decir, la proporción de porcentajes de grasa, azúcar y sal que provoca la percepción sensorial placentera más intensa.
Y no tengan dudas de que, cuando muerden una patata chip, detrás de ese excitante y crujiente sonido, se esconden sesudas investigaciones científicas. En 2008, una de esas investigaciones sobre unas conocidas patatas fritas demostró que solo el hecho de aumentar el sonido de alta frecuencia que oye una persona cuando muerde una, hace que parezca un 15% más crujiente y fresca. Y de que por ello, le va a resultar muy difícil comer solo una o dos y no terminarse la bolsa entera con todos sus azúcares, grasas y sales, en menoscabo de su salud y a mayor gloria de las cuentas de resultados de la industria de los ultraprocesados.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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