Los signos del futuro están siempre en el presente
Los grandes avances tecnológicos, cuyo impacto apenas estamos comenzando a vislumbrar, podrían originar que los historiadores dieran por superada la Edad Contemporánea, vigente desde el siglo XVIII, para inaugurar otra etapa histórica que algunos visionarios han comenzado a identificar como la Edad de la Singularidad.
Parafraseando a Woody Allen, el futuro nos interesa a todos porque es el sitio donde vamos a pasar lo que nos quede de vida los que ya tenemos cierta edad pero serán las generaciones venideras las que se van a tener que desenvolver en unos tiempos líquidos en los que lo único constante será el cambio permanente y vertiginoso.
A título de ejemplo, Bauman, el sociólogo polaco creador del concepto de tiempos líquidos, afirma que ya los jóvenes de hoy, nuestros hijos, aspiran a un desempeño profesional más variado y apasionante que el de sus progenitores.
En el vídeo adjunto, en el que habla de la educación líquida, aporta el testimonio de la hija de un profesor, una joven de 19 años: “No sé a qué me dedicaré, pero sí estoy segura de que no seré como mi padre, que viene haciendo el mismo trabajo toda su vida”.
La burocracia se queda
En palabras de un experto de referencia, Franc Ponti: “Innovar es simplemente moverte más rápido que tu entorno. En tiempos de modernidad líquida, casi nada ha venido para quedarse”. ¿Casi nada? La burocracia se queda. Parece estar fuertemente anclada en ese casi nada residual. En el fondo de unos tiempos sólidos, a prueba de tsunamis.
En las grandes corporaciones todavía abundan los directivos que asocian innovación sólo con aplicación intensiva de tecnologías de la información.
No estoy en contra de las TIC, todo lo contrario; digitalizar la burocracia mejorará la eficiencia de sus prestaciones pero no modificará sustancialmente los principios de funcionamiento de un modelo de gestión y de organización que se puede considerar agotado, hasta el punto de que un autor tan reputado como Gary Hamel ha escrito textualmente que la burocracia debe morir.
Salvando las distancias, esta estrategia renovadora de las instituciones, basada sólo en la tecnología, loable, insisto, no puedo evitar asociarla un poco a los intentos aperturistas de los regímenes totalitarios que se eternizan en el poder y que periódicamente abordan retoques y reformas modernizadoras pero sin cuestionar el modelo de gobierno, que, por cierto, tampoco se libra de su generosa ración de burocracia.
La fuerza de la costumbre
Las instituciones públicas y las compañías grandes no se están cuestionando, en general, sus métodos de gestión basados en rígidas jerarquías controladoras de unos empleados que son vistos como piezas de un engranaje, carentes de iniciativa y distribuidos en innumerables departamentos estancos, celosos de sus competencias.
Para los ciudadanos, la burocracia parece formar parte de nuestro paisaje mental. La tenemos asumida como las enfermedades que todos padecemos como consecuencia de nuestra naturaleza humana. Cuando nos toca sufrirlas las aceptamos resignadamente como algo inevitable.
Sin embargo, debemos concienciarnos de que somos parte del antídoto: exigiendo transparencia, opinando, participando, colaborando con las instituciones y contribuyendo a su sostenibilidad también, haciendo un uso racional de los servicios públicos.
Comprar empresas más pequeñas, más ágiles, es la táctica que están utilizando muchas grandes compañías, conscientes de su incapacidad para aprovechar el potencial creativo de sus empleados y de sus limitaciones para extender la cultura innovadora a toda la organización, más allá de los confines de los departamentos específicos de I+D+i.
Intraemprendedores
Pero las Administraciones Públicas no pueden hacer lo mismo. Por no tener no tienen ni departamento de innovación que desarrolle, cuando menos, funciones de vigilancia tecnológica y de seguimiento de las mejores prácticas en la prestación de servicios públicos.
Sin embargo, en todas las instituciones existen unos bichos raros, que desde dentro, desafiando a la formalidad vigente, a las rutinas esclavizadoras, apuntan indicios esperanzadores de que el cambio organizacional es posible. Intentaremos conocer un poco mejor a estos iconoclastas en un próximo post.