Echando la vista atrás no sabría decir cuando me sentí atraído por la Música de una manera consciente. Recuerdo que en mi infancia, cuando iba con mis padres, a la salida de misa de doce nos dirigíamos a la plaza del pueblo y paseando se encontraban con amigos, conocidos y familiares. Era el momento de socializar, que diríamos ahora. Muchas veces, con el buen tiempo, al quiosco situado en el centro de esa plaza se subía la banda de música municipal y durante un tiempo tocaban. Debido a mi corta edad no intervenía en la conversación de los “mayores” y para dejar transcurrir mi tedio, entre otras cosas, miraba hacia ese quiosco cómo el “maestro música” movía los brazos y una serie de señores (por aquel tiempo no había señoras en la banda) hacían sonar sus instrumentos. Las melodías no me decían prácticamente nada en ese momento pero algunas me llamaban la atención porque tenían un ritmo que me gustaba. Después nos íbamos a casa. También esa banda salía en la Semana Santa. Y con un frío que pelaba veíamos pasar la procesión. La del Viernes Santo era “horrible” porque era muy larga y por la noche. Deseando que pasara el último paso, con el cura… y la banda tocando unas marchas que me parecían tétricas. Entonces era hora de volver a casa.
Otro momento que tengo en la memoria es la procesión del Corpus. Menos mal que era de día y con buen tiempo. Con mi hermano íbamos de altar en altar esperando que pasara la torrecilla con la custodia ya que en ese momento un grupo de cámara tocaba los villancicos del Corpus. Recuerdo sobre todo al señor que cantaba esos villancicos tan diferentes a los de Navidad con una voz grave, y también estaba el señor con el “violón”, como decíamos (era un contrabajo) aparte de otros pocos instrumentos incluído un armonio sobre una plataforma. De por aquel entonces sólo recordaba un villancico que hacía referencia a “la noche triste”.
Como anécdota, el patio de casa lindaba con el patio de un vecino que tocaba en la banda municipal y algunas veces ensayaba ahí. Sin tener conocimientos musicales, mi padre, que sí tenía “oído”, escuchaba y alguna que otra vez decía: “En ese punto se ha equivocado Fulanito”. Yo me preguntaba cual habría sido ese error.
Otro momento que, con el tiempo, me acercó a disfrutar de la música era la televisión. Sobre todo esa música que sonaba al principio de las novelas de por las tardes, el famoso Estudio 1 y alguna que otra serie. Aunque también había ratos “insoportables”, por ejemplo, el día de Año Nuevo había que tragarse el concierto desde Viena a la espera de que retransmitieran los saltos de esquí desde Garmish. Ahora no hay quién me quite el placer de ese concierto.
Tendría unos ocho o diez años cuando en las frías tardes de invierno y esperando la hora de la cena cuando veíamos la novela de la semana. La música que acompañaba a los títulos de crédito no es que me llamara la atención pero hubo algunas que sí lo hicieron aunque no recuerdo que apareciera el título de la obra musical ni su autor. Solamente, y por alguna razón, se me quedaron grabadas en la memoria. Luego con el tiempo supe que esas obras eran la Danza de las Horas, el Concierto para guitarra y orquesta de Salvador Bacarise,….(el movimiento “Entrada”. La “romanza” vendría más tarde). Y, sobre todo, la banda sonora de una serie llamada “Diego de Acevedo” ambientada en la Guerra de la Independencia. Ahora y en los veranos cuando reponen en RTVE Curro Jiménez la “reveo” solamente por volver a escuchar esa guitarra que suena de fondo en cada capítulo.
Conforme íbamos creciendo y haciéndonos adolescentes nos hacíamos los cultos y escuchábamos conciertos más serios en el tocadiscos de un amigo. En esa época cayeron, entre otras, “Las cuatro estaciones” de Vivaldi, la Sinfonía nº 9 “Del Nuevo Mundo” de Dvorak, “Carmina Burana”…
Ya con los veinte años cumplidos era la banda sonora de películas la que entraba en el comentario y “crítica” de la película de turno.
Pasaron los años y convertido en padre de dos hijas quise inculcarles el amor por la música. En la Agrupación Musical Sauces de Cartagena tuvieron su oportunidad y participaron del disfrute que es estar con un grupo de gente de todas las edades que tenían la misma inquietud y de la responsabilidad de comprometerse con todos los miembros de la banda desde su parcela instrumental. Entendieron que, aunque ensayar en casa su partitura pudiera ser aburrido cuando se toca en conjunto formaban parte de un todo que sonaba a gloria. La obra que se tocaba cobraba todo su sentido y que nadie es más importante que otros por tocar un instrumento que no fuera tan vistoso a primera vista pero que era necesario para darle todo su esplendor a la música. Una de ellas estuvo hasta que pudo; la otra lo dejó a los pocos años ya que la vena artística la llevó por otros derroteros que tenían parecidos valores a los de la banda.
También fomentaba el sacrificio en aras del bien común de un trabajo que suponía ir a los ensayos y salir tarde de los mismos. El ir a actuar en fechas señaladas mientras los amigos de otros ámbitos estaban divirtiéndose. Pero ellas también se estaban divirtiendo con otros amigos. De hecho, cuando ya por los estudios hubo que dejar el compromiso de la banda mantiene contacto con un grupo de antiguos músicos de la banda.
Y cuando ya no necesitaban mi atención permanente me fui para Sauces a cumplir el sueño de la música. Aprender solfeo, la entrega del instrumento (una trompa) y llevar a cabo toda la actividad que conlleva me llenan de satisfacción. A pesar de la frase “lapidaria” con que me obsequiaron al recoger la trompa: “Cuando se empieza de adulto el instrumento cuesta más trabajo hacerte con él”. Pero lejos de venirme abajo lo tomé como un reto. La verdad es que hubo temporadas que no le veía la punta, pero por amor propio, orgullo… me dije que tenía que seguir un tiempo más y que si lo dejaba sería porque me diera cuenta de que no era lo mío. No todo el mundo sirve para todo. Pero ahí sigo, unas veces con más trabajo que otras, pero con la satisfacción de superar los compases difíciles y sacar toda la música (aunque hay compases que se me niegan y habrá que dejarlos para mejor ocasión). Con los lógicos altibajos en el proceso de aprendizaje sólo puedo decir que la Música es un arte que eleva mi espíritu a nivel individual y, sobre todo, a nivel de grupo con mis compañeros. El tocar en conciertos tanto dentro como fuera de Cartagena, en desfiles y otras actuaciones es algo que cumple lo que no sabía expresar desde mi infancia y así hasta ahora. Este disfrute por tocar me lleva a seguir haciéndolo en la Banda Escuela de Sauces aunque ya haya pasado a la banda titular y en el grupo de adultos de la Escuela (el Equipo A). Hasta tengo la pequeña pretensión que igual ayudo desde mi parcela a que los miembros de estos grupos disfruten en el grupo.
Y ahora que estoy jubilado, el estudio y dedicación a la música llenan mis ratos de ocio y sacándole más provecho a todo este mundillo en el que se enseñorea Euterpe.
Ildefonso Rodríguez del Pino.