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F.B.M.R.M.

Federación de Bandas de Música de la Región de Murcia

AL SERVICIO DE LA FE Y DE LA VIDA

Gracias a la música, la vida se hace más llevadera.

Pensemos en un enfermo grave. Si no tiene patente taumatúrgica, pronto le llamarán a cruzar la frontera. La oración se cruza con las notas musicales como ofrenda al Cielo. Cada nota es, también, un pulso de alabanza, de gratitud, de intercesión. Puestos a morir, que la oración y la música nos acompañen. La muerte se torna menos severa. La música envuelve la atmósfera hogareña. Hay un ambiente de paz.

La música coral religiosa, a capella o con acompañamiento de órgano, está henchida de espiritualidad y de honda emoción anímica. Me refiero, especialmente a los “motetes”. Da igual se están cantados en latín o en cualquier otra lengua. Es la música misma la que te adentra en el interior de uno mismo. Este tiempo cuaresmal y de Pasión es su momento adecuado. “O magnum mysterium”, “Vere languores”, “Peccantem me quotidie”, “Amicus meus”, “O vos omnes”, “Sepulto Domino”, etc…

Como digo, la polifonía religiosa ocupa gran parte de la música vocal en el mundo. Llamada, también, música sacra, las obras más profundas, sentidas y espirituales se han escrito para la voz humana. Cosa lógica. La voz humana es el instrumento más misterioso. Desprovisto de registros que pudieran ser usados manualmente, la voz humana usa de la memoria musical para conseguir todas sus tonalidades. Igualmente, una depurada técnica vocal, nada tangible mecánicamente, podrá sacar de la voz humana todas sus posibilidades tímbricas, modulaciones, impostaciones… Uno de los maestros más grandes de la polifonía religiosa es, sin duda, Palestrina. El lugar done estemos escuchando se transforma en virtual oratorio.

Y lo mismo ocurre con las “marchas procesionales”. Cientos y cientos de ellas invitando a cofrades y espectadores a que centren su atención en los grandes Misterios que contemplan con los ojos. “Mater mea”, “Nuestro Padre Jesús”, “Soledad franciscana”, “La Madrugá”, “Gólgota”, etc… Todas ellas son lo contrario de aquellas otras marchas militares, y pasodobles, que nos invitan a una visión de la vida más violenta y superficial, aunque musicalmente sean verdaderas obras de arte y orgullo de compositores y de la cultura humana.

Es evidente que la música religiosa ocupa un puesto preponderante en el panorama de este maravilloso arte de la composición. No es preciso citar las muchas obras de este género en Haendel, Mozart, Giordani, Schnabel, Schubert, Bach, Bruckner, Bizet o Beethoven, por citar algunos de los famosos escritores del pentagrama. Pero permíteme que me detenga en el Oratorio “El Mesías” de Haendel. Es un coro polifónico con gran orquesta. Como su nombre indica, se trata de poner en música cantada la vida de Jesucristo, narrada en tres partes. La magna obra, si bien no tan larga cono las “Pasiones” de Bach, consta de 38 números, que concluyen haciendo que el coro vaya jugando con la palabra “Amén”.

Siempre se ha dicho que la música amansa a las fieras. ¿Quién no lleva una fierecilla dentro? Por eso la música nos proporciona momentos de paz. Es ésta la música para la meditación, para el silencio, para la lectura reposada, para escribir los mejores pensamientos, para la contemplación de un paisaje, para detectar la presencia divina. Y es éste, precisamente, el tiempo para el reposo del ánimo, para descansar de los avatares de la vida, para centrarnos en nosotros mismos, para preguntarnos si la vida nos lleva a la Vida. De ahí que el “Requiem” ha llegado a ser, en la historia de la música, parte importantísima dentro del campo amplísimo de la música religiosa. En la larga trayectoria de siglos, iniciada en el Renacimiento y antes, el Requiem traspasó los límites de lo puramente devocional. Brahms, Mozart, Verdi, Fauré… Y es que la Misa tiene un puesto de preponderancia en la liturgia católica y en la expresión musical del mundo religioso. Según el teimpo o las circunstancias de la vida cristiana, también la Misa, aunque conservando lo que suele llamarse las “partes invariables”, se ha construido musicalmente siguiendo esa pauta de la liturgia.

Y quiero terminar, ¡cómo no!, fijándome en la archiconocida “Pasión según san Mateo”. Setenta y ocho números de belleza inigualable. No se ha escrito nada igual después de Bach. Oratorio colosal sobre las últimas horas de Jesucristo en la tierra. Texto alemán, con otros textos no evangélicos que ayudan a la oración o acción de gracias. No puedo expresar por escrito lo que siente el corazón con esta música. Una obra casi divina encerrada entre una Introducción y un Final, ambos a toda orquesta y coro, que son ciertamente para quitar el sentido de la realidad. Morir tras sus últimos compases sería una suerte enorme, pues lo que queda, tras esto, sólo es el Cielo.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Alfonso Gil González

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