Como estudiante de Composición en Madrid a principios de los 80, la banda me parecía algo lejano, anacrónico, poco útil para mis expectativas como compositor. Sin embargo no me era ajena en mi vida diaria, pues mi primer maestro en Composición, Carmelo Bernaola, era clarinetista de la municipal de Madrid y acostumbraba a acercarme al Retiro a escuchar el concierto matinal de los domingos y allí deparaba con instrumentistas, algunos de ellos, como el mismo Bernaola, profesores de Armonía del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. También tuve la experiencia de la “mili” en la Música de la División Brunete, donde además de tocar la lira, el fagot y los timbales, hacía arreglos y estuve encargado del archivo. Sin embargo tanto la banda municipal de Madrid como la susodicha de Brunete me ofrecían un repertorio musical que yo consideraba “paralelo” y sin ningún interés para mi formación. Aquella ofrecía un repertorio basado en arreglos y transcripciones de música sinfónica, pasodobles y Zarzuela y la de Brunete se dedicaba obviamente a las marchas militares. Tengo que decir, no obstante, que ambos repertorios son de mi agrado y transcurridos los años reconozco que posibilitan, sin duda, un complemento a la formación técnica de cualquier compositor. Pero entonces, no pensaba así y no le di más importancia que la mera anecdótica, dejando atrás la tangencial experiencia y olvidándome de los “pitos” en ese marco bandístico, continuando con mi formación e iniciando una prometedora carrera como compositor en el ámbito sinfónico y camerístico.
No mucho tiempo después de acabar mi carrera de Composición acabé recalando en Murcia, presentándome a una plaza de Armonía y posteriormente consiguiendo por oposición mi plaza de Catedrático de Composición, sustituyendo entonces a Manuel Massotti recién jubilado. Fue precisamente en la capital de la huerta donde retomé otra vez, de manera involuntaria, de nuevo tangencial, el contacto con la banda, pues muchos de mis alumnos de Composición y de Formas Musicales (asignatura de la que me ocupé varios años) eran directores de banda o intérpretes, incluidos los músicos militares de San Javier y Cartagena. Fue en esta etapa murciana donde empecé a observar la gran importancia social que tiene la música, no a nivel de alta cultura, auditorios, entendidos, melónamos, etc. Sino a nivel popular, en ambientes de personas que no escuchan habitualmente música clásica, pero que escuchan emocionados los conciertos de las bandas de sus pueblos. También fui testigo de la tremenda labor educativa que hay tras estas formaciones, a través de sociedades culturales, escuelas de música, etc. La banda de repente ocupó mi atención como fenómeno socio–‐cultural; los certámenes, conciertos, procesiones… Gran cantidad de jóvenes y no tan jóvenes, unos con expectativas profesionales, otros por mera afición, se daban cita dos o tres veces por semana, dejando sus quehaceres, trabajos, estudios, amigos, juegos, diversión, por unas horas de dura disciplina de estudio y ensayo.
Fue precisamente uno de mis alumnos de Composición, Juan Navarro Brisa, entonces director de la banda de Pozo-Estrecho, quien me introdujo realmente en este mundo, como compositor. Estuve durante varios años presidiendo el jurado del concurso de pasodobles de esa localidad del campo de Cartagena, además de pertenecer a otros jurados en Orihuela, Murcia y otras localidades, relacionados con certámenes, concursos de marchas de procesión, etc. Aún reconociendo esta admirable dedicación de sus miembros y organismos, y el importante espacio cultural que cubre las bandas, seguía sin conectar mi relación profesional como compositor con este peculiar mundo, mi posición era de colaboración gustosa y en la mayoría de los casos altruista, sin embargo cuando me ponía a garabatear notas en el pentagrama vacío, en ningún momento acudía a la plantilla bandística.
En mis clases de Composición en Murcia, observaba la evolución técnica y estilística de mis alumnos. Como en todas partes, había alumnos con interés por la Música Contemporánea y otras reacios incluso a navegar por el mundo, atonal. La mayoría de estos últimos provenían de las bandas o eran directores de banda. Algunos de ellos me enseñaban sus trabajos para las formaciones que dirigían, después de haber pasado por la corrección de los ejercicios que les ponía en clase y que eran en su mayoría atonales, aunque siempre he dejado cierta libertad estética sobre todo en los últimos años de carrera, donde el alumno ha aprehendido las herramientas para mantener y seguir un criterio creativo. En la mayoría de los casos, esas obras que habían escrito motu proprio para su banda eran pasodobles o marchas de algún tipo, por lo tanto esto me corroboraba la idea que tenían en aquel entonces de que había dos mundos paralelos, el de la banda y el otro. Esto lo pude ver muy claro a un nivel distinto en Valencia en los años 90 cuando fui invitado por el IVAM. Valencia siempre ha presumido de sus bandas, con razón, y su posicionamiento es indiscutible aún hoy en día. Quizás por este motivo la relación entre esos dos mundos, la banda y los otros que concretaré en compositores de vanguardia estaba muy enconada, había una rivalidad reconocida por todos. Esto tiene o tenía su explicación, como he comentado varias veces a lo largo de este escrito, el repertorio de las bandas hasta ese momento y como carácter general, era el de transcripciones de obras sinfónicas clásicas, marchas, pasodobles, o suites basadas en música popular. El otro “mundo”, los compositores de vanguardia, estaban más interesados por la orquesta y la música de cámara, donde podían experimentar sus lenguajes y se sentían a través de estas formaciones enlazados con las obras y maestros que les habían surtido de ideas y material para sus incursiones creativas futuras.
El repertorio extranjero más moderno y específico para banda no entraba con normalidad en España (Persichetti, Jacob, Holst, Schmitt, Grainger, etc.) Hay que reconocer, no obstante y es de justicia, la labor interesantísima y pionera de unos pocos autores valencianos que comenzaron a cambiar el lenguaje para banda. Entre ellos quiero citar a uno de los más importantes compositores valencianos de la generación del 31, Amando Blaquer (utilizo la expresión de generación del 31 atendiendo a la teoría de Ortega-Marías, para otros es la del 51). Amando Blanquer (1935-2005) pertenece a esa generación española de los compositores de vanguardia más importantes de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, como muchos de sus correligionarios periféricos, no ahondó en el lenguaje vanguardista de sus compañeros del grupo de Madrid o el de los post-serialistas catalanes. En el mundo de las bandas evidenció en su catálogo ese Jano de dos caras o esa doble vida que tenían estos compositores (Amando Blanquer, alcoyano de pro, es uno de los compositores de marchas moras y festeras más importantes del país) sin embargo fue capaz de concebir una obra como el “Concierto para Banda” en 1973, un año después de “Parable” de V. Persichetti. Mucho después vinieron Caleidoscopio (1995) o Entornos (1997) suavizando su lenguaje en sus últimos años. He hecho la relación con Persichetti porque curiosamente son lenguajes muy parecidos y dudo de que por entonces Blanquer conociera ya la obra del estadounidense, no por nada sino porque esa música no llegaba a los auditorios y tampoco por disco. No olvidemos que Internet no existía y España estaba muy aislada en el mercado de obras contemporáneas, en disco y en partitura.
Dicho todo esto y situándonos en la realidad actual, es necesario reconocer el salto cualitativo y cuantitativo que ha dado el espacio creativo de las bandas. A la vieja y pragmática editorial Harmonia (1916-1959) sucede la actual y dinámica Piles. Aquella representa el repertorio clásico que las bandas de este país han tenido durante más de 40 años. Piles recogió el testigo pero adaptándolo al nuevo repertorio y exigencias de las formaciones, realizando una labor de difusión muy importante tanto de obras como de autores. Entre medias, la holandesa Molenaar creada tras la II Guerra Mundial. Esta última ha traído en los últimos 25-30 años aire fresco a nuestras bandas, renovando el repertorio de una manera clara y significativa. Las obras de Johan de Meij, Jan van der Roost, Jacob de Haan, Francco Cesarini, en papel o en grabación han llegado para cambiar el lenguaje de generaciones posteriores de jóvenes compositores españoles que hoy son una realidad. No olvidamos la importancia de Adam Ferrero primero y Ferrer Ferrán después como avance y preparación de esas nuevas hornadas que hoy en día están presentes en las bandas españolas, certámenes y concursos. En este sentido hay que considerar positivamente el impulso a la creación de los encargos para los certámenes que posibilitan esta proliferación y crecimiento tanto de autores como de obras, en oposición al mundo estrecho y estancado de las orquestas que deberían tomar nota de esta evolución.
No obstante dicho esto, pienso que sigue habiendo dos mundos, aunque no estrictamente paralelos. El mundo de las bandas que se ha abierto a lenguajes más modernos y cuyos compositores tocan indistintamente el palo de la orquesta y el de la banda y el mundo sinfónico en el que todavía se mueve el afán vanguardista y mira con cierto recelo la actualidad de la banda por considerarla quizás no tan actual y es que el lenguaje moderno al que aludía es un lenguaje tonal muy influenciado en los últimos años por el lenguaje cinematográfico.
En la programación de Composición de los conservatorios españoles (me imagino que con la excepción del de Valencia) no se tocaba la banda. Cuando estudiaba en Madrid componía para voz, piano, grupos de cámara varios y orquesta sinfónica. Todos esperábamos con ansia llegar a lo que considerábamos la formación por excelencia, la orquesta. Años después, ya como titular de la cátedra seguí sin darle más importancia a la banda aunque de cuando en cuando hacía alguna pequeña incursión a través del análisis o instrumentación. Fue ya en Madrid, tras suceder a Antón García Abril cuando introduje el estudio de la Banda en el último curso de carrera, junto al de la orquesta sinfónica. La experiencia ha sido realmente positiva. Tras el estudio de obras maestras de Reed, Sparke, etc. Y con la asistencia de Más Quiles entre otros, después de que los alumnos hubieran asimilado un criterio y lenguaje más definidos, realizaron diversos trabajos para banda desde transcripciones pianísticas (muy útiles para observar cuestiones idiomáticas) hasta la composición de obras originales para banda, algunas de ellas estrenadas por la banda sinfónica del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Ha habido alumnos que han adaptado lenguajes nuevos a la formación aerófona, otros han seguido esa línea tonal, modal, consonante que planea a menudo por las diferentes estéticas neo-consonantes y neo-tonales que proliferan en las mentes de los creadores actuales dedicados especialmente a la banda. En fin un poco de todo, pero dimensionando los quehaceres sinfónicos tanto a la orquesta mixta como a la de viento y “normalizando” el trasvase de experiencias tanto en un mundo como en el otro, en pro de una aportación general de nuevos autores y repertorio, que a diferencia del de la orquesta esté quizás algo más vivo.
Como compositor de mi generación echo de menos en la banda un lenguaje a veces más atrevido experimentando ese gran órgano de tubos que a veces parece ser el mosaico de aerófonos. Finalmente escribí para banda, mi Misa de Santa Cecilia estrenada por la banda de Pozo Estrecho o el Poema Sinfónico Cirta, Premio de Torrevieja, estrenado por la Banda de Torrevieja y donde a través de un lenguaje que engarza con mis tendencias actuales, mucho más consonantes, que no tonales, veo una banda que no es sino una gran consola organística. Así sigue siendo mi visión de este ser extraño pero fascinante, camaleónico y vital.
Callosa de Segura. Abril 2019.
Manuel Seco de Arpe.
Compositor Catedrático Jubilado del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.