La vida de Santa Cecilia, conocida por ser patrona de la música y de los músicos, está llena de luces y sombras, de aspectos contradictorios, de equívocos que han determinado la aparición de numerosas voces que niegan su existencia. Se sabe su historia como mártir a través de las llamadas Actas de Santa Cecilia, datadas aproximadamente en el año 480 y a las que la Enciclopedia católica resta todo valor histórico al considerarlas una recopilación de textos de tradición oral. No obstante, el Martyrologium Hieronymianum ya introduce su festividad, lo que lleva a inducir que su culto debía estar extendido durante el siglo IV pues en el Concilio de Roma, celebrado en el año 499, se encuentra la referencia al Titulus Sanctae Caeciliae, su iglesia original, sustituida por la Basílica actual, en la conocida zona del Trastévere. Se ha venido transmitiendo la idea de que esa iglesia se erigió en el emplazamiento que tuvo la vivienda de Cecilia, sin embargo, la cercanía de esa residencia con un templo romano dedicado a la Buona Dea, la diosa de la salud y, especialmente, de la virginidad y la ceguera, ha dado pábulo a establecer coincidencias entre la Santa católica y la diosa romana, pues Cecilia procedería de la palabra latina caecus, que significa ciego. La coincidencia advertida en el nombre se extiende también al culto, puesto que junto al patronazgo que ostenta sobre los músicos se sitúa el de los ciegos, aunque este último se adjudica en el catolicismo sobre todo a Santa Lucía de Siracusa.
El martirio al que fue sometido la joven y virgen Cecilia es ampliamente conocido. Baste recordar que, para hacerla desistir de su fe cristiana, el prefecto Turcio Almaquio la condenó a muerte. Primero, mediante vapores y humo en el baño de su casa, sin que se consiguiera su objetivo; después, fue introducida en agua hirviendo, pero resistió; y, por último, su verdugo optó por decapitarla, aunque, tras tres intentos fallidos, Cecilia sobrevivió con la herida en el cuello hasta que, al cabo de tres días, falleció por la herida mortal recibida. La descripción de este proceso en las Actas mencionadas quedó plasmada de la siguiente manera “Cantantibus [canéntibus] organis, illa in corde suo Domino decantabat dicens: fiat cor meum et corpus meum inmaculatum ut non confundar” que se tradujo como “Mientras sonaban los instrumentos musicales Cecilia elevaba en su corazón un canto de alabanza a su Señor diciendo: que mi corazón y mi cuerpo sean inmaculados, para no quedar confundida”. La traducción que se realizó en el siglo XV vio la equivalencia entre órgano e instrumento musical y, por ello, en las primeras representaciones iconográficas de Santa Cecilia aparece tocando ese instrumento. Es aquí de donde parte una equivocación que se ha perpetuado artísticamente y que promovió el patronazgo de la música por parte de esta Santa. En primer lugar, la palabra órgano se interpreta como instrumento musical, pero se refiere en este caso a otro tipo de instrumento utilizado para la tortura, probablemente un fuelle. Ello se explica por otro error que se transmitió a partir de los textos medievales, dado que en los documentos más antiguos no aparece cantantibus o canentibus organis, sino candentibus organis, lo que llevaría a la traducción de instrumentos incandescentes y no instrumentos musicales.
Sea como fuere, su culto se extendió y acabó ocupando ese lugar en el ámbito de la música, desplazando paulatinamente a otros personajes y santos que también habían tenido un estrecho vínculo con la música, desde el rey David que entró en el templo de Jerusalén bailando y tocando la cítara, hasta San Francisco de Asís. Su devoción en España parece cobrar fuerza a finales del siglo XVI y el siglo XVII y, probablemente, se introdujo su culto a través de la Corona de Aragón, dado el contacto que existía con tierras italianas. De hecho, en la Coronica General de la Orden de San Benito (Valladolid, 1617) se indica la existencia de un monasterio dedicado a Santa Cecilia en Cataluña en el siglo XI; en el Thesoro de misericordia divina y humana (Valencia, 1575) se habla ya de la caridad de Santa Cecilia con los pobres; en la descripción de las reliquias que se trajeron de Roma al Colegio del Patriarca don Juan de Ribera de Valencia se incluye entre ellas “una cotilla de Santa Cecilia” (Decada primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia, 1610), aspectos estos, entre otros, que mostrarían la devoción hacia aquella, de hecho, en la descripción del monasterio de El Escorial, publicada en 1657, se describe el lienzo existente sobre Santa Cecilia.
Así las cosas, después de transcurrir casi mil años de su nacimiento, se convirtió en, digámoslo así, en un culto “oficial” a partir del momento en que el Papa Gregorio XIII reconoció sus reliquias y la canonizó oficialmente en 1594, otorgándole el patronato sobre la música. Asimismo, se estableció el 22 de noviembre como día en que sufrió martirio y falleció, lo que llevó irremediablemente a que ese día se constituyera en el Día de la música y de los músicos… toda una historia que nos lleva ahora a conmemorar ese lenguaje internacional, inmaterial y sensorial que hace palpitar al que lo transmite y al que lo recibe.
Miguel Ángel Puche Lorenzo.