Entre los muchos refranes españoles que no dicen la verdad, hay uno especialmente inexacto y bastante mentirosillo. Es el que afirma aquello de que “el buen paño en el arca se vende”, o dicho de otro modo, que cualquier cosa, acción o persona que sea realmente buena no necesita publicidad ni difusión, porque su propia bondad es suficiente para prestigiarlo.
Esta Región nuestra tiene, sin que terminemos de sacarlo del arca de la modestia, un tesoro de un valor incalculable y, lo qué es muchísimo más importante, de un enorme potencial de futuro, no solo artístico, sino y sobre todo, social y humano.
Un tesoro de gran tamaño por cierto, porque su superficie se extiende desde Yecla a Puerto Lumbreras y de Caravaca a San Pedro del Pinatar, ya que lo forman las 40 bandas de música que integran el panorama bandístico de Murcia.
Y digo que es un tesoro oculto porque, aunque sus integrantes ofrecen mil quinientas apariciones públicas a lo largo del año, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, realmente todavía está por realizarse la necesaria campaña de difusión que lleve a conocer al gran público la gran dimensión artística y los enormes benéficos sociales que a esta región le reportan las banas de música.
Una dimensión que es, en primer lugar, la puramente artística; empezando por contarle a los murcianos que no lo sepan (que son muchos) que, entre las bandas titulares, las bandas juveniles, las escuelas de música y los grupos de iniciación pasan de doce mil los hombres y mujeres (zagales y zagalas en su inmensa mayoría) embarcados en la maravillosa aventura de la música. Doce mil personas intentando progresar en un arte noble, ya tiene su enjundia.
Pero es que las bandas de música de la Región, no son solo centros de enseñanza y ejecución de un arte por hermosísima que este sea. En ellas no se intenta solo que los asistentes sean buenos músicos; sino también que sean verdaderos seres humanos, en los que se cultivan y se alientan virtudes imprescindibles para hacer de este mundo un lugar un poquitín mejor.
Lo primero que aprende cuando alguien entra como educando en un centro de enseñanza musical, es a asumir virtud que, por desgracia, está hoy en franca decadencia, cuando no padece el desprecio de muchos: la disciplina. Esa disciplina imprescindible para que todos los instrumentos suenen al mismo tiempo, suenen bien y suenen como quiere el director. No se concebiría que ni el director de la Sinfónica de Nueva York, ni el de la banda de mi pueblo, estableciera un debate sobre si un pasaje ha de tocarse piano o forte, sobre si los metales entran ahora o luego.
En una banda la disciplina –la tan denostada disciplina- es ley, pero no es esa disciplina que impone el capricho de un dictador, sino la que nace de la obediencia que por convencimiento se presta al buen maestro.
El rey Carlos III, en sus célebres ordenanzas militares, dejó dicho que los superiores debían hacerse “querer y respetar” por sus subordinados. Cualquiera que alguna vez contemple el ensayo de una banda de música podrá ver como ambas virtudes se conjugan sin trauma alguno, respecto del director, con el resultado unánime y maravilloso de una melodía.
Y tras la disciplina, la amistad. Una amistad que nace de compartir una hermosa afición durante horas y horas y de disfrutar los ratos de ocio que dejan los ensayos. Aún más. Está por realizarse la estadística de los amores nacidos entre corchea y semifusa en las bandas murcianas.
Falta todavía otra de las características que hacen dignas de reconocimiento a las bandas de música. El ansia de superación que se inocula a sus miembros, que contrasta palmariamente con eso que se estila cada vez más: el “vale todo”, el “así está bien” y esa mediocridad tan instalada en muchas mentas jóvenes.
No hay músico que no intente cada día hacerlo mejor, dar lo mejor de si mismo y gracias a ese esfuerzo recibir, al acabar la interpretación, la que es la mayor de las distinciones para el miembro de una banda: que el director, con un gesto, le haga levantarse en solitario, para recibir, disfrutar y saborear en solitario, el homenaje del público.
Y queda la última de las facetas positivas que ofrecen las bandas de música de nuestra Región: el ser la puerta para un futuro profesional. Harían falta los dedos de cientos de manos para contar los directores de banda, profesores de música de institutos y conservatorios y, por supuesto, compositores y músicos profesionales en orquestas y conjuntos, cuyo primer escalón curricular fue empezar siendo un niño en una banda de pueblo de Murcia.
Pues todo esto. Toda esta labor; esta formación artística, profesional y humana la ofrecen las bandas murcianas en silencio, con modestia, superando problemas económicos que ni mucho menos se resuelven con las ayudas oficiales, contando siempre con el esfuerzo de padres y madres y sin dejarse afectar cuando padecen (y a veces las padecen) la incomprensión o la burla.
Y es justo y necesario que esta labor se conozca, se valore y se difunda, para que cuando el gran público vea a una banda desfilar por la calle, en una fiesta o tras una imagen, sepa que lo que está escuchando es la banda sonora de un mañana mejor para nuestros jóvenes.
José Antonio Artero Romero.