Antes de la pandemia, las cenas de verano eran una invitación a la observación de los demás, especialmente cuando se compartía mantel con personas desconocidas hasta esa noche y con las que probablemente no se coincidiría en el futuro. En esas primeras impresiones de amplio margen de error, se esbozaba un retrato imaginativo de los rasgos de la personalidad de los comensales que más despertaban nuestra atención.
Me gustaría retroceder exactamente 120 años e imaginar una velada estival con Johannes Brahms, el gran músico analizado musicalmente en las últimas semanas y que tenía fama de egocéntrico y tosco. Una de los motivos que lo hacían especialmente intransigente era su oído absoluto y su obsesión por el cuidado de la tonalidad. En una ocasión, fue invitado a una cena y lo sentaron entre dos damas muy parlanchinas que debieron darle la noche. Su cara de contrariedad no pasó desapercibida a algunos que se atrevieron a preguntarle la causa de su malestar. Sin dudarlo, afirmó que fue muy desagradable escuchar a una de sus acompañantes hablar en la tonalidad de mi mayor mientras que la del otro lado lo hacía en la de mi menor.
Estoy seguro que compartir un café de origen masiliense con Brahms en el verano de 1891 nos hubiese permitido conocer de primera mano las impresiones sobre su última composición, el Trío para clarinete, violonchelo y piano en la menor, pieza adorable para los que tocamos uno de estos instrumentos y que más tarde sería catalogada con el opus 114.
En el enlace adjunto a este post tienen una formidable y cuidada puesta en escena de la obra del compositor de Hamburgo, del que, tras muchas dudas, he seleccionado el segundo movimiento, Adagio, para comentarlo con más detalle (visualizar a partir de 7:42).
Mientras se escucha esta maravilla es difícil imaginar que ha sido creada por un compositor serio y malhumorado. Por el contrario, las melodías que intercambian clarinete y violonchelo tienen tanto ensueño y fantasía que son más propias de un barbudo cincuentón capaz de jugar todavía con soldaditos de plomo o de leer cuentos de hadas antes de irse a la cama.
La cualidad que mejor describe al Trío opus 114 es el equilibrio sonoro logrado al escribir música para tres instrumentos tan distintos en timbre, expresividad y forma de generar el sonido. Los dos temas de este breve movimiento muestran cómo se entrelazan las melodías del clarinete y chelo con la ayuda del piano que, además de aportar armonía y arpegios, interactúa y ensambla el conjunto con excelentes aportaciones musicales.
El reto para los intérpretes no es baladí. Por ejemplo, el clarinetista debe entrar con una nota do alta que requiere tanta suavidad como entonación, lo que puede ser muy difícil en determinadas salas de conciertos.
Según opina Ivor Keys en su libro “Brahms. Música de cámara”, en este movimiento, las técnicas de variación y extensión de Brahms logran gran gama de expresividad en un todo conciso y coherente. Dicho de otro modo, el breve Adagio de este trío condensa la maestría de su creador y, al tiempo, su capacidad de imaginar y emocionar al oyente.