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Una brecha abierta

Se cuenta que a Jean Paul Sartre, uno de los ‘padres’ del existencialismo, le atormentaba ya desde niño la imposibilidad de controlar la imagen que de él tenían los demás. En su obra teatral más reconocida, ‘A puerta cerrada’, desarrollaba la idea de que adquirimos consciencia de nosotros mismos a través de las miradas ajenas. Pero su visión no era muy optimista. La mera observación distante por los demás nos termina por cosificar. «El infierno son los otros», concluía Sartre.

Para nuestros políticos el drama es justo el contrario. Ya no es que suspendan en los sondeos. Es que ni siquiera son reconocibles por una gran mayoría, que ni les mira. La encuesta postelectoral acometida por el CIS en las semanas posteriores a las autonómicas revela un abrumador desconocimiento público de los líderes regionales. Ni quien ganó y formó gobierno, Pedro Antonio Sánchez, cosecha un nivel aceptable: el 44,6% de los murcianos no le conocen. A la mayoría de los políticos este problema les obsesiona. Lo de hacerse la foto, cualquiera que sea el motivo, tiene su fundamento. ¿Cómo te van a valorar si te ignoran? Pero, por otro lado, ¿a qué tanto interés en bombardear a la sociedad con imágenes de ‘políticos haciendo cosas’ si a la mayoría no le interesa en absoluto? Tanta mirada indiferente hacia la clase política ha terminado por cosificarla y ya hasta sus líderes regionales resultan indistinguibles. Ahora priman las marcas sobre los liderazgos. A la dialéctica se sobreponen hoy los gestos. Se trata de generar nuevas expectativas para cicatrizar esa brecha abismal entre políticos y ciudadanos. El PP anunció el viernes su oficina parlamentaria con la que, asegura, quiere ganar proximidad con la sociedad murciana. También propone la creación del ‘escaño popular’ en la Asamblea. Otros partidos han dado pasos similares, algunos, además, como el PSOE, C’s y Podemos, con avances en la democracia interna de sus organizaciones. Los Plenos en la Asamblea y en algunos municipios ya se retransmiten por internet y dentro de poco algunos ayuntamientos se embarcarán en presupuestos participativos, siguiendo la estela de Molina de Segura. Son progresos en la buena dirección, aunque se disiparán como el humo si no se atiende la principal reclamación de los ciudadanos: que los cargos electos resuelvan sus problemas. No es tanto una cuestión de cercanía como de eficacia lo que explica que más del 40% califique de mala la situación económica y política en la Región. A ello se suma un relativismo con el cumplimiento de la legalidad que ha sido demoledor para unos partidos que, en cuanto se descuidan, vuelven al sectarismo, al conmigo o contra mí y a comportarse como agencias de colocación para los afines. El mantra de la ‘nueva política’ evoca al ‘New Deal’ posterior al crack del 29, solo que sin Roosevelt, sin dinero para grandes inversiones y sin enjundia política. Que la Asamblea se haya revitalizado no significa que el debate haya cogido vuelo. Ni está Castelar ni se le espera. Pero comparado con lo que quedó atrás, no hay color. De hecho, no creo que los nuevos líderes murcianos merezcan el suspenso de las encuestas. Sobre todo si se valora ese esfuerzo por conectar con la sociedad y que el sondeo del CIS se hizo cuando la legislatura no había arrancado. A poco que se mire por el retrovisor, la nueva situación parece más estimulante por mucho que se preste al embrollo inane. Sucede que los problemas estructurales de la Región siguen tan enquistados como hace décadas, fomentando el desánimo. No hace falta abrir oficinas, encargar encuestas o crear comisiones para saber de dónde brota el hastío. Esto no se arregla solo con un nuevo talante. Se necesita eficiencia, transparencia y honradez para cumplir con los objetivos colectivos y fijar nuevos retos para dejar atrás una herencia política de difícil digestión. Hasta que las infraestructuras pendientes, la falta de agua y la escasa financiación no sean cosa del pasado, la agenda política no saldrá del soporífero tiovivo en el que se ha convertido y que eclipsa otros retos acuciantes, como la calidad de la enseñanza, el sostenimiento de la sanidad pública o la creación de empleo estable. Igual entonces los ciudadanos volverán a mirar y prestar atención a sus políticos.

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