Hace unos días, en un concurso de televisión, el moderador lanzaba la siguiente pregunta: “Con la U, movimiento político extremista”. El concursante interpelado acertó al responder: “Ultraderecha”.
No comparto las ideas de ningún partido situado en los extremos del espectro político, pero no pude evitar quedarme con la duda de si la respuesta: “Ultraizquierda” también la tenía consignada como correcta el conductor del programa.
Ambos movimientos radicales reciben en nuestro país un tratamiento mediático desigual, dentro de una valoración que en general es peyorativa: el extremo izquierdo suele tener mejor y menor prensa que el derecho.
Así lo puso de manifiesto VOX por medio de un estudio consistente en analizar, en 10 millones de artículos y referencias, el uso de los conceptos “extrema derecha” y “extrema izquierda” por parte de los medios de comunicación más importantes de nuestro país en el período 2014-2021.
Como muestra, algunos ejemplos:
La explicación de esta discriminación informativa favorable a la izquierda radical la achaca la Fundación Disenso al sesgo ideológico predominante en el mundo académico y periodístico, algo en lo que coincide la Catedrática de Ciencia Política Edurne Uriarte, coordinadora del reciente libro La extrema izquierda en la Europa Occidental , que señala que en el propio Gobierno español participa un partido de extrema izquierda, Sumar, y antes Podemos, de ideología comunista, que además cuenta con los apoyos de otras formaciones ultraizquierdistas como EH-Bildu, ERC y BNG y nadie parece escandalizarse por esto.
El mismo sesgo que justifica las críticas al PP si pacta con VOX, al que se tacha sin demasiado rigor como partido fascista, es indulgente con el PSOE si se alía con partidos de la izquierda populista, pasando de puntillas por el hecho de que el comunismo es una ideología totalitaria, liberticida y, fracasada desde el punto de vista económico, situada al mismo nivel que el nazismo por la histórica condena del Parlamento Europeo de 2019 en la que le atribuye la sobrecogedora cifra de 100 millones de víctimas.
Es cierto que la extrema derecha, con su foco en la inmigración irregular y la inseguridad ciudadana o su cuestionamiento de temas como la Agenda 2030, los nacionalismos periféricos, la violencia de género, el estado de las autonomías, el movimiento woke o el acceso a la vivienda está creciendo de forma preocupante en Europa y que está teniendo cada vez más predicamento entre los jóvenes pero resulta cuando menos paradójico que sea el otro extremo, la ultraizquierda, la que utilice como argumento electoral la amenaza del populismo de derechas, siendo ambos enemigos de lo que Karl Popper, el filósofo de la libertad, llamaba la sociedad abierta.
Los resultados de la investigación de VOX fueron abrumadores, pero las cifras obtenidas se quedarían cortas, con toda seguridad, si se extendiera el período del citado estudio hasta el momento actual, en el que se ha exacerbado la polarización acuñando términos como fachosfera, máquina del fango o pesudomedios que se repiten hasta la saciedad en un intento de etiquetar como de extrema derecha a todo partido político que no sea de izquierdas o de extrema izquierda o de menoscabar a los medios críticos con el Gobierno.
Extremismo y fanatismo político son ingredientes que suelen ir de la mano, sin embargo también se dan comportamientos sectarios en la defensa numantina, incondicional, impermeable a los argumentos, de ideas, decisiones o líderes de partidos teóricamente moderados.
La ideología hace innecesario que la gente se enfrente a cuestiones concretas con sus propios recursos culturales y raciocinio. Basta con dirigirse sumisamente a la “máquina expendedora ideológica” y de allí sale una fórmula preparada, una opinión, una toma de postura oficial que, en general, se acepta y se defiende disciplinada y apasionadamente si es preciso.
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